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Los siete pecados (o más) que descapitalizan la enseñanza

Mariano Román Alpiste

Publicado el 03/10/2023 17:10

enseñanza

La educación es el arte de conjugar técnicas y estrategias, que se adquieren a base de constancia, esfuerzo y libertad. Pero no aquella que propugnó Rousseau bajo la afirmación de que el niño es bueno por naturaleza y habría que dejar ordenar su educación en función de sus intereses, como si por sí mismo concluyera en una suerte de liberalismo educativo al estilo de Adam Smith. Se educa para la libertad, pero la libertad en la teoría educativa no es laissez faire, laissez passer. La libertad es exigencia, esfuerzo y disciplina. En esta clave se adquiere el dominio de sí, el conocimiento de las fronteras y limites sociales y, así, la persona toma el control de su propia vida.

Se impone una reflexión serena, acorde al momento y al futuro, distraída de pensamiento ideológico, desprovista de intereses foráneos y participada por toda la sociedad. Porque, como afirma J.A Marina, sobre un proverbio africano, para la educación de un niño se necesita toda la tribu.

Primer pecado, o la masificación en las aulas.

Los datos son interpretables. Se puede hacer lectura de ellos en claves diversas. Pero lo cierto es que cada vez que el informe PISA, que se realiza cada tres años, sale a la luz, sitúa los resultados de España en niveles que, como mínimo, deberían hacer reflexionar a toda la comunidad educativa. Si se miran con cierto detenimiento, vemos que hay países con grupos-clase menos saturados  y con mejores rendimientos en los informes internacionales (entre los que contamos a Finlandia, Corea del Sur o Japón, con unas ratios medias en educación primaria de 15-17) que permiten una atención más individualizada y presentan mejores datos. La masificación por sí sola no es la causa de los bajos resultados y rendimientos de la escuela española, pero sí inciden sobre ellos actuando desde diferentes parámetros o claves.

  • En clave psicológica.

La masificación del aula no permite el desarrollo de las habilidades que resultan de los mecanismos funcionales cognitivos subyacentes al rendimiento intelectual. El espacio vital del alumno se reduce en el aula y esto incide en una mayor presión ejecutiva en la tarea diaria de clase. Interfiere con la motivación y quebranta la adquisición del conocimiento declarativo y procedimental.

  • En clave personal.

Los niños y niñas dispersan la atención al no contar con un mayor acercamiento e individualización del maestro o la maestra. Esto se agrava aún más si las características de personalidad del alumno requieren mayor dedicación. Las habilidades y estrategias de socialización en las que educa el aula pierden relevancia y el clima se malea. El interés de los niños y niñas pierde dinamismo porque cada uno muestra distintos patrones de interés y distintos grados del mismo interés. Atender a ello resulta tarea de titanes. Y los Titanes, de momento, siguen siendo seres mitológicos.

Segundo pecado, o el currículo.

El aprendizaje se define por su carácter activo. Los compartimentos estancos del currículo plantean, fundamentalmente, qué aprender. Sin embargo, la escuela debe centrar su esfuerzo en cómo aprender. El individuo está en una dinámica de construcción permanente de su conocimiento y por eso el aprendizaje es activo. El diseño de las programaciones y las estrategias metodológicas están volcadas y seleccionadas para el aprendizaje pasivo (sobre todo en secundaria y bachillerato). Las características personales-individuales alrededor del propio aprendizaje y los estilos del mismo, indican que cada niño y niña aprende de diferente forma y en diferentes condiciones y situaciones.

El interés y estilo de aprendizaje tiene un carácter marcadamente directivo. La intensidad con que se refleje estos intereses será proporcional a las habilidades que el alumnado en su individualidad y también como grupo podrá adquirir. El currículo viene marcado por las limitaciones del primer pecado y por tanto se postula en el qué y no en el cómo.

Tercer pecado, o las TIC

La educación tal como la entendemos, la escuela primaria y secundaria, ya no puede permanecer ajena a las cambiantes formas de aprehender la realidad. La función formativa de las TIC se impone, pero con reservas. Estas reservas tienen que ver con considerar las tecnologías de la información y la comunicación como la solución a los problemas de aprendizaje de los alumnos. Es cierto que el acceso a la información es inmediato, pero también que la saturación de esta puede conducir a aplazar la adquisición de habilidades de selección y manejo de la misma. El error es la falta de criterio a la hora de seleccionar los instrumentos adecuados para la consecución de objetivos y la adecuación de estos al momento evolutivo del alumno, la necesidad de aprendizaje y las características del mismo en torno a la fuente de adquisición. O bien la convertimos en la Panacea de todo aprendizaje, o bien las depreciamos como alternativa pedagógica complementaria, sin entidad.

Las TIC han revolucionado la forma de entender el mundo, las relaciones sociales, la visión de las cosas y el criterio sobre las nuevas realidades. De igual manera, la escuela ha hecho suyo este nuevo instrumento de adquisición de aprendizaje. Sin embargo, esto no ha ido a la par con una educación tecnológica, (al menos de momento). Nos encontramos que tanto el profesor como el alumno no acaban de encontrar y descubrir el potencial educativo de la TIC y, en otros casos, éstas han sustituido la labor directiva del profesor.

La UNESCO cree que las tecnologías de la información y la comunicación pueden contribuir al acceso universal a la educación, la igualdad en la instrucción, el ejercicio de la enseñanza y el aprendizaje de calidad y el desarrollo profesional de los docentes. En eso estamos de acuerdo, pero para ello se hace necesario un nuevo marco que ejecute la educación tecnológica.

Cuarto pecado, o la adaptación docente

Los alumnos cambian, se adaptan e integran las nuevas situaciones a un ritmo más acelerado que las estrategias del profesor. Por esto, el primer reto a la educación tiene por objeto la base educativa y formativa del docente. Todo profesor ha pasado por la universidad y ésta tiene entre sus funciones capacitar para la educación creativa, docente (para el tema que nos ocupa) y establecer relaciones pedagógicas entre el entorno y el acontecimiento educativo. Hay que revisar los modelos educativos de la universidad tradicional. Con Bolonia, se planteó el reto de pensar la enseñanza desde el propio proceso didáctico. Para ello, el nuevo marco  da más importancia a desarrollar las capacidades, integrar los conocimientos y resolver los problemas desde una perspectiva didáctica globalizante que integre las nuevas ciencias del conocimiento, como por ejemplo la neuroeducación. La didaskein griega es el arte de trasmitir sapiencias, conocimientos y cultura, es decir, instruir orientando la praxis del didacta. La nueva legislación de la LOMLOE parece ir en esta línea. Los nuevos docentes se enfrentan a una revisión de las tradicionales y ¿caducas? metodologías y se forman, no de una manera revisionista, en estrategias pedagógicas acordes a los nuevos retos. Al menos, esa parece la música de la reforma, con permiso y sin entrar en debates ideológicos.

Quinto pecado, o la desmotivación.

Si asisto a un concierto, leo una novela histórica, acudo a un recital de poesía o me deleito con una sinfonía de Bach, nadie dudará que todo esto me provoque placer y que, por tanto, para disfrutar de estas pequeñas obras estoy motivado y por eso me acerco a ellas. En el fondo estoy afirmando que la motivación es un proceso endógeno que depende de mí mismo.

La escuela no siempre es placentera (fuera de la educación temprana) pero ha de ser motivante. La motivación es un ejercicio de interacción entre docente y alumnado. El niño y la niña no tiene capacidad ni la suficiente autonomía cognitiva e intelectual para motivarse acerca de esta tarea. La motivación tiene un componente altamente afectivo: me atrae y siento placer por ello, o no. La motivación, por tanto, depende de la recompensa. Los ritmos que marca la sociedad influyen en el carácter prontista y hedonista del individuo. A esto ha de enfrentarse la escuela y todo proceso y sistema educativo en general. La motivación es aquello que nos impulsa a hacer algo obviando cualquier dificultad e impedimento. La escuela per se no produce beneficios inmediatamente perceptibles por los alumnos. La estrategia, por tanto, que ha de seguir la escuela debe centrarse en encontrar las características de las tareas que sirvan al interés de ellos y ellas, que se ajusten a sus propósitos y, sobre todo, que modifiquen sus fines. Y eso sólo es posible si somos capaces de hacer un análisis riguroso de los retos a los que nos enfrentamos y los individuos sobre los que tenemos responsabilidad.

Sexto pecado, o la devaluación del esfuerzo.

Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros. Esta podría ser la reflexión de cualquier padre o maestro sobre nuestros jóvenes en los albores del siglo XXI. Sin embargo, es un diálogo de Sócrates de hace 26 siglos.

El juicio que nos merecen las nuevas generaciones parece aproximarse a lo que describe Sócrates por boca y pluma de Platón. Cuando la recompensa se busca en el inmediato acontecer diario se desecha el factor futuro, más aún si esta recompensa implica un ejercicio constante y a largo plazo. El ser humano en su estadio más primario se mueve por mecanismos de recompensa. Si educamos en la esperanza de y confianza de recompensas inmediatas, la frustración está servida. Y, además, añadimos un nuevo error; la mentira. La recompensa exige límites y la frustración es un elemento clave, educativo, imprescindible e ineludible.

Se atribuye al filósofo y economista ingles del siglo XIX, John Stuart Mill, la aseveración que dice que al estudiante al que nunca se le pide que haga lo que no puede, nunca hace lo que puede. El esfuerzo es la clave. Educar para el esfuerzo es educar para la constancia y la frustración. La escuela ha marcado una estrategia peligrosa; adecuar las constantes y variables familiares al aula. Es decir, adoptar la condescendencia del ámbito social y familiar a las metodologías, evaluaciones y didáctica del aula.

Si echamos una hojeada u ojeada a las programaciones didácticas, encontramos criterios e indicadores de evaluación sobre contenidos que buscan una cohesión sobre mínimos. Partiendo del hecho indiscutible de la diversidad de ritmos de aprendizaje, inteligencias múltiples y capacidades varias y salvando la diversidad y heterogeneidad ¿no deberían adecuarse los objetivos al criterio postulado por Stuart Mill?

Séptimo pecado, o la familia en la escuela.

Algunos teóricos de la educación afirman que el objetivo y la labor de la escuela es servir de apoyo a la educación de la familia. La familia educa y la escuela interviene enseñando estrategias y habilidades de aprendizaje y formativas para la vida. Estas estrategias son de tipo metodológico, conceptual, procedimental e instrumental. Sin embargo, esta idea queda trastocada y la función vicaria de la escuela se invierte y parece ocupar esa vicariedad la familia, y no siempre.

La familia necesita de un marco que le sirva para orientar las necesidades educativas de sus hijos. La educación que recibieron los padres ya no sirve a los hijos en una sociedad de modelos en permanente cambio. La escuela debe entender esto y aportar soluciones a las demandas constantes de los padres. Las quejas de unos y otros deben servir no para acomodar conciencias y argumentar reproches, sino para buscar marcos de diálogo fluido. Será necesario plantear la educación como un ejercicio de alianzas comunes a tres bandas. Pero para eso hace falta replantear y respetar los roles que cada estamento de la comunidad educativa tiene.

Epílogo I

Las políticas educativas y la administración han quedado de manera deliberada y consciente fuera de los siete pecados. Esto no significa que en sí mismo no representen un pecado mayor. Sobre todo, porque la responsabilidad de capitalizar la educación depende de los modelos y marcos jurídicos y legislativos que los administradores políticos establezcan. Y, desafortunadamente, la mayoría de las regulaciones se hacen en despachos sin pizarra.

Epílogo II

Para estos siete pecados hay siete penitencias. Pero esto es materia de otra reflexión.

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