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Agitar corazones: la verdadera innovación educativa de nuestro siglo

Saray González

Publicado el 22/03/2021 20:03

Hace tiempo leí de la mano uno de mis autores favoritos, Jorge Bucay, la historia de un niño y un elefante de circo. Contaba algo así como que el pequeño, apasionado por este mundo, se colaba entre los animales que allí trabajaban y descubría un elefante encadenado a una ligera estaca. Tras preguntar a sus mayores y pasar días cuestionándose por qué el animal no escapaba si tenía la fuerza suficiente para romper aquellas cadenas, llegaba al origen del problema: la costumbre. El animal había permanecido atado tanto tiempo y había tratado de liberarse tantas veces sin éxito que se había resignado a vivir así para siempre.

Esta historia me recordó también a una teoría que dice que si sueltas un pez de pecera en medio del océano, este permanecerá nadando en círculos durante toda su vida. ¿Adivinas por qué? Exacto. Por lo mismo que el elefante. Por la mera costumbre, la resignación y el desconocimiento de lo que hay más allá de ese malestar que les produce su vida.

 

A estas alturas de la lectura probablemente te estés preguntando el por qué de estas historias. Puedes estar tranquilo. Mi intención aquí no es dedicarme a relatar y descubrir nuevos cuentos (que por otro lado me apasiona). Mi intención es hacerte reflexionar sobre las semejanzas que existen entre estos animales y la forma en que los humanos gestionamos nuestro mundo emocional. Te pondré un ejemplo:

 

Cuando éramos niños, muchos de nosotros intentamos hacer frente a emociones como la tristeza, la rabia o la decepción. Sin embargo, como nadie nos enseñó a hacerlo, probablemente no obtuvimos más que un puñado de intentos fracasados, frustración por no saber hacer frente a esos sentimientos y la sensación de tener que convivir simplemente con ese malestar. Para que me entiendas: nos acostumbramos a nadar en círculos como lo hacía el pez, a caminar al rededor de la estaca como el elefante, y a mirarla con rabia por el daño que nos hacía sin caer en la cuenta de que estaba en nuestra mano el romperla y ser libres de nuevo.

Ahora te pregunto a ti, que estás leyendo esto: ¿Estás dispuesto a relegar a nuestros niños y niñas la misma forma de vida? ¿Crees que es justo permitir que aprendan a leer de vértigo, sí, pero mientras viven entre emociones que no saben de dónde vienen ni cómo manejar? ¿Esperaremos a que el niño sea adulto para que descubra que cuando uno está triste es normal, pero que existen algunas vías para sentirse mejor?

Creo que en la actualidad disponemos de muchos y muy buenos conocimientos sobre este tema y es ahora, justo ahora, el momento de ponerlos en marcha en nuestras aulas para crear niños verdaderamente sanos, inteligentes y lo más importante: felices.

 

Algunas bases teóricas...

He comenzado hablando sobre la educación emocional como una vía para lograr niños felices y estables psicológicamente. Este tipo de aprendizajes le dan a nuestros alumnos herramientas para entender lo que sienten, ponerle nombre y aplicar algunos procesos para gestionar y hacer funcionales sus emociones. Sin embargo, los avances en el conocimiento demuestran cada vez con mayor claridad que los beneficios de esta forma de trabajo van más allá de la dimensión socioafectiva, y que tienen también potentes ventajas a nivel cognitivo.

Dentro de este campo del conocimento, la teoría Piagetiana se ha situado siempre en un lugar central. Probablemente hayas escuchado sus explicaciones del desarrollo infantil en numerosas ocasiones, pero si no lo has hecho, te resumo: Para él, los dos primeros años de vida del niño están marcados por los sentidos y el movimiento, y es a través de estos como el niño obtiene información del medio y la integra en su cerebro. Posteriormente va adquiriendo nuevas herramientas y esquemas con las que representar y reestructurar esa información en su mecanismo cognitivo.

Pues bien, hoy se sabe que incluso esa información primaria que recibe el niño motora y perceptivamente es teñida de un sentido emocional antes de entrar de lleno en el cerebro. Es decir: que toda información sensoriomotora atraviesa el sistema límbico (cerebro emocional) antes de llegar a las áreas de asociación del cerebro encargadas de procesos de pensamiento y razón. Y que una vez que se impregna de este sentido emocional (que adquiere un valor emotivo para el niño) se crean las ideas y elementos básicos del pensamiento. Además, se ha demostrado que este tinte emocional actúa como un refuerzo positivo para el niño haciendo que ese pensamiento o aprendizaje dure más en su mente, adquiera otro significado y se convierta en sólido y duradero.

 

Innovación que llama a la innovación

Llegados a este punto parece claro que la educación emocional es más que necesaria y apropiada en nuestras aulas. Sin embargo, hay algo que también me apasiona de este mundo, y es la posibilidad de combinarlo prácticamente con cualquier otra metodología innovadora.

Cuando te planteas la forma de llevar al aula este tipo de trabajo te das cuenta de las mil y un vías que existen para desarrollar este potencial afectivo. Y si aun no lo habías pensado, puedes hacerlo ahora. Dedica unos segundos a recuperar todas aquellas estrategias novedosas que has ido conociendo y comprueba cómo en todas ellas existe un lugar para la emoción.  ¿Sabes por qué? Por lo que hablábamos antes. La emoción impregna cada contexto de aprendizaje y desarrollo, es el pilar de la educación, de la enseñanza y de la vida. Un elemento que estará presente siempre que trabajes sobre el firme propósito de educar conmoviendo a tu alumnado.

Me da igual que encamines los pasos de tu aula  hacia la robótica, la realidad aumentada, la gamificación, el ABP, Flipped Clasroom...Cualquiera de estas opciones será la mejor siempre que mueva en ellos alguna emoción, que les agite el corazón y les haga conscientes de lo que están sintiendo a lo largo del proceso. Mientras exista esta conciencia, como vimos antes, lo que trabajes con ellos calará en su cerebro y será ahí cuando exista un verdadero aprendizaje.

 

Más allá de lo didáctico

Cuando hablamos de integrar la educación emocional en nuestras aulas debemos hacerlo con conciencia plena en lo que aquello supone. Existe un error muy común, y por otro lado muy fácil de cometer, que es limitar este tipo de trabajo a momentos puntuales de la jornada, algo que puede ser incluso más confuso para el niño que no trabajar la emoción en absoluto.

Actualmente existen muchos y muy buenos proyectos inspirados en la educación emocional. En la mayoría podemos encontrar propuestas realmente bonitas, motivadoras y originales. Sin embargo, el gran error es quedarse simplemente ahí, en la mera actividad puntual, y hacer del resto de la jornada algo totalmente ajeno a lo trabajado. Creo que es aquí donde se marca la verdadera diferencia entre educar en emociones o simplemente enseñar las emociones.

Te pongo un ejemplo. Imagina que en un aula de Educación Infantil se desarrolla un proyecto sobre emociones donde el niño aprende a distinguir gestos de alegría y tristeza, se crean instrucciones para gestionar cada una, se plasman mediante el arte... En un principio puede parecer una propuesta llamativa y enriquecedora. Sin embargo, imagina que en ese mismo aula un niño llega llorando por la mañana porque quería que lo llevara a clase su abuelo en lugar de su padre.

En ese momento, el maestro tiene dos opciones: intentar tranquilizar al niño lo más rápido posible para comenzar sus rutinas con normalidad, o dedicar la asamblea de ese día a comentar con el grupo lo que pasa y ayudar al pequeño a encontrar una solución a su disgusto.

En el primer caso la forma de proceder haría esfumarse en un momento lo trabajado hasta entonces con todas aquellas actividades vistosas. Probablemente la consecuencia sería un grupo que sigue aprendiendo sobre la emoción como un mundo paralelo, además de un pequeño cuestionándose dónde está el límite que marca cuando la emoción es importante y atendida y cuándo no. Mientras, en el segundo caso el maestro haría ver a su alumnado como la emoción no es algo ajeno a su vida, dotaría de significado a lo aprendido y le transmitiría al grupo la importancia de ir más allá del bienestar propio, y de perseguir también el de los demás.

 

La gran incertidumbre: ¿Cómo lo hago?

Seguro que has oído hablar sobre el Hands on learning, una forma de enseñanza basada en el "aprender haciendo" a partir de la experiencia práctica con los contenidos. A la hora de llevar esta metodología al aula viene a pasar más o menos igual. La mejor forma de aprender a educar en emociones es hacerlo, atreverse a empezar y dejar que sea la vida compartida con nuestro alumnado quien nos de las claves exactas. Me gustaría aportarte una serie de actividades al respecto. Sin embargo, hoy existen mil y un propuestas a nuestro alcance y solo hace falta un "click" para descubrirlas y hacerlas nuestras. En cambio, te propongo serie de pautas que a mí me parecen de gran ayuda, y que creo que pueden marcar esa diferencia entre enseñar y educar sobre la emoción:

Cultivar el asombro. Dice la famosa obra de Francisco Mora que "solo se aprende aquello que se ama" y no le falta razón. Lleva a tu clase experiencias que remuevan el corazón de tu alumnado, que le hagan sentir, que le apasionen y que den al aprendizaje ese tinte afectivo y emocional

Escuchar de verdad. Ponte a su altura, métete en sus zapatos y sobre todo, escucha lo que tu alumnado tiene que decir. Establece con él acuerdos y crea un ambiente donde la emoción sea atendida, respetada y compartida.

Mensajes positivos. Usa el lenguaje y el afecto para mostrar al niño la importancia de lo que siente y tiene que decir. Prueba a cambiar el "No llores, ya pasó", por un "Te entiendo y estoy aquí por si me necesitas". Te aseguro que existe un mundo entre las dos.

Nada es menos importante. Dice una famosa frase que "cada uno en su universo siente su dolor como el más inmenso". Lo que para nosotros puede parecer insignificante para el niño puede ser una fuente de frustración importante. ¿Verdad que odias cuando algo te preocupa y alguien te dice que es una tontería? Al niño tampoco le agrada. Además, si ni siquiera nosotros somos capaces de gestionar este tipo de emociones, ¿Por qué exigimos al niño que lo haga él?

Ser el espejo en que mirarse. No te olvides que eres uno de los modelos más importantes para el niño y su principal ejemplo sobre cómo se debe actuar o no. No le enseñes a gestionar la ira y el enfado de forma positiva para después hablarle en un tono elevado y negativo.

Cada uno construye su camino. Emociónales, ayúdales a canalizar esa emoción y ábreles camino al bienestar. Pero sobre todo, deja que cada uno construya ese camino a su manera. Está bien expresar la tristeza llorando, pero también está bien apartarse a un rincón y tratar de calmarse a solas. No hay una fórmula secreta para todos.

 

Lo último y más importante

A lo largo del artículo he intentado darte una serie de motivos, invitaciones y claves para emocionar a tu alumnado. Sin embargo, todavía no te he descubierto la más importante de todas ellas: emocionarte tú.

Paulo Freire define la educación como "un acto de amor" y supongo que esa sea la esencia de todo esto. No puedes ayudar a un niño a descubrir su mundo emocional si el tuyo no se transforma cuando estás a su lado. No es posible que hagas sentir a un niño, si tu no sientes verdaderamente que ese es tu lugar. El amor por lo que haces, por la educación, es el verdadero motor que nos lleva a reflexionar, investigar, renovarnos y movernos siempre hacia la mejora educativa. Por todo eso, he aquí mi último pero mayor consejo de innovación:

Hacer aquello que agite tu corazón.

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