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Educación emocional: la base de todo el aprendizaje

Anais del Vigo

Publicado el 30/03/2022 22:03

educación emocional

Fruto de mi trabajo con jóvenes y adolescentes, he podido observar una necesidad evidente en el manejo de las habilidades sociales, lo que dificulta el diálogo con los demás, así como el establecimiento de relaciones de calidad. Además, teniendo en cuenta la situación extraordinaria que hemos atravesado y que, todavía hoy, sigue marcando nuestras vidas, el desarrollo integral de la persona se ve mermado, incidiendo directamente en su identidad personal y su gestión emocional.

Actualmente, las interacciones sociales de este grupo de población se ven reducidas, principalmente, a las dadas a través de las nuevas tecnologías, encerrándose la persona en la soledad, lo que puede conllevar a la aparición de trastornos en cualquier ámbito de su desarrollo. Por ello, se considera de vital importancia trabajar, desde edades tempranas, la educación emocional como parte indiscutible del currículo, puesto que incide de manera directa e indirecta en los resultados académicos del individuo.

No hace tantos años, se consideraba que el éxito académico estaba ligado, únicamente, al cociente intelectual (CI) de la persona. No obstante, se ha demostrado en diversos estudios la existencia de distintos tipos de inteligencias (Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner), entre las que podemos destacar la intrapersonal e interpersonal, que forman parte de la inteligencia emocional e inciden directamente en la salud psicológica de las personas y en su rendimiento en distintos ámbitos de actuación, como el deportivo, el laboral o el académico. Entonces, ¿por qué continuamos negando o apartando este importante aspecto de nuestras programaciones didácticas y de nuestras enseñanzas?

A pesar de que el currículo hace especial mención al ámbito emocional como elemento favorecedor del proceso de enseñanza-aprendizaje, todavía son muchos los y las adolescentes que tienen dudas respecto a quiénes son, qué quieren o hacia dónde se dirigen. Cuestiones que, cierto es, se van resolviendo a través de los años y de las experiencias vividas, conformando, poco a poco, nuestra identidad. Sin embargo, se exige y se pone el foco de atención en los contenidos, actividades, instrumentos, evaluaciones… que se llevan a término durante cada curso escolar, sin atender, específicamente, la evolución personal del individuo, lo que hace que tengamos generaciones nuevas más inteligentes, en cuanto a CI, pero con menores capacidades sociales y emocionales.

Erikson (1950) ya esclarecía en su obra la necesidad de la interacción social entre iguales, así como el establecimiento de relaciones de calidad entre individuos que garantizasen un sentimiento de pertenencia en un grupo en el que continuar su desarrollo y conformar su identidad personal.

Así pues, Goleman (1996) define cinco dimensiones de la Inteligencia Emocional: el autoconocimiento, la autorregulación, la motivación, la empatía y las habilidades sociales, estructuradas por aptitudes emocionales. Todo ello está interrelacionado, incidiendo directamente en nuestro rendimiento académico, siendo únicamente posible trabajarlo a través de programas y espacios dedicados al uso y conocimiento de estos aspectos, que serán implantados en nuestras actividades más cotidianas, formando parte de un bagaje que conformará nuestro esquema mental y permitirá implantar unos mecanismos óptimos para la relación con el medio y la resolución de conflictos que puedan surgir.

Es por esta razón que, desde el aula, hemos de propiciar el encuentro, el diálogo y la conexión de grupos de adolescentes que promuevan el trabajo cooperativo, el esfuerzo conjunto, ayudándoles a forjar y a conseguir metas, objetivos, y, en definitiva, ilusiones comunes. De esta manera, podrán desarrollar sus habilidades y compartirlas, poniendo de relieve lo que valen y, entre todos, poder construir algo característico, siendo protagonistas de este aprendizaje. El trabajo en equipo y colaborativo adquirirá fuerza, presentándose como fuertes valores a desarrollar en su crecimiento, permitiendo una interiorización que les garantice, en un futuro, ponerlos en práctica a la hora de realizar cualquier desempeño laboral o social.

La familia también constituye un eje vertebrador de este proceso, puesto que es quien se encarga de transmitir los primeros aprendizajes en la vida de cualquier ser, validándolos y manteniéndolos en el tiempo. Familia y escuela son, por tanto, los principales contextos mediante los que implementar y potenciar el desarrollo de una inteligencia emocional sana, a través de la cual logren consolidar una personalidad que contribuya a su bienestar personal y social.

Se trata de centrarnos en lo que sienten, qué piensan y desean, no tanto en lo que han de saber hacer o cómo han de llevarlo a la práctica. Porque, ¿cómo van a estar con su atención y concentración plena en la explicación de una asignatura si terminan de pelear con un compañero/a de clase? O, ¿cómo se va a poder dirigir al público si el miedo que tiene le hace incapaz de emitir cualquier sonido? Más aún si tienen dudas acerca de su orientación sexual, su género o problemas más severos que les llevan a pensar en el suicidio.

Las dificultades u obstáculos son infinitos y la edad adolescente es época de cambios e incertidumbre, por lo que no están exentos de inquietudes, replanteamientos y malestar. Nunca es demasiado pronto para hablar de lo relativo a la vida; al contrario. No trabajar o hablar sobre diferentes temas los convierte en tabú y puede generar más inconvenientes en las nuevas generaciones que beneficios, puesto que crecen creyendo que tratarlo es malo y buscan sus respuestas en lugares donde la información es ilimitada, no siempre recomendable o real.

Hemos de incidir de manera unánime e inequívoca en la transmisión de valores democráticos, tratando de establecer una comunicación asertiva en la que prime, por encima de todo, la escucha activa y sincera. Es necesario permanecer a su lado e incentivar el encuentro y la participación con diferentes colectivos que transformen y pongan en tela de juicio, constantemente, sus opiniones y creencias, tratando de que se replanteen lo que creen saber y aprendan buscando la verdad. Pero, sobre todo, hemos de creer en ellos/as, respetarles y hacerles saber que nos importan, interesándonos por lo que sienten y en quiénes se están convirtiendo. Porque, si de verdad queremos que tengan éxito en la vida, es vital trabajar el quiénes somos y qué vida quieren vivir.

 

Bibliografía:

Bisquerra, R. y Pérez, N. (2007). Las competencias emocionales. Educación XXL.

Erikson, E. H. (1950). Childhood and society. W W Norton & Co.

Goleman, D. (1995). Emotional Intelligence. Nueva York: Bantam Books. (Trad. Cast. Kairós, 1996).

Salovey, P., Mayer, J.D, Goldman, S.L., Turvey, C. y Palfai, T.P. (1995). Emotional attention, clarity, and repair: exploring emotional in- telligence using the Trait Meta-Mood Scale. En J. W. Pennebakeer (Ed.), Emotion, Dis- closurre and Health (pp. 125-151). Whash- ington: American Psicological Association.

 

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