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Educación emocional contra el rechazo de las matemáticas

Carlos Alonso Couto

Publicado el 08/05/2017 17:05

Sabemos de la importancia social de las matemáticas, ya sea para los negocios, las artes y la ciencia y tecnología como para el desarrollo de facultades y capacidades como la resolución de problemas. Como ya decía Galileo, “la matemática es el lenguaje en el que parece estar escrito el libro de la naturaleza”. Pero lamentablemente también sabemos que las matemáticas constituyen un área curricular muy impopular y suele definirse por los niños y niñas y adolescentes como aburrida, difícil y no siempre comprensible.

Desde las investigaciones de Goleman, se conoce la existencia de dos tipos de cerebros interconectados, dos hemisferios que están orientados a diferentes funciones. El hemisferio derecho está enfocado a las emociones y sentimientos y el hemisferio izquierdo hacia la razón y pensamientos. El proceso mental para emitir un juicio consiste en la acción de neurotransmisores segregados por el sistema límbico (el núcleo emocional) que pasan por el neocórtex antes de salir al exterior expresados como emociones. Como el sistema límbico actúa primero, el cerebro es principalmente emocional. Estos dos modelos de mente no son sino conocimientos entrelazados y simultáneos.

Según varios informes psicológicos, la inteligencia, la capacidad motora y el equilibrio emocional están directamente relacionados con el apego familiar, en concreto con la proximidad entre padres e hijos. Goleman explica esta dependencia aludiendo a las conexiones existentes entre el sistema límbico y el neocórtex, ya que conforman el campo de batalla entre los sentimientos y los pensamientos.

Sin embargo, desde siempre, el sistema educativo ha venido tratando de potenciar la razón, el pensamiento científico, la resolución de problemas mediante la parte racional del cerebro, sin tener en cuenta las emociones y considerarlas como parte fundamental de las personas.

Desde la década de 1980 se ha empezado a revitalizar lo que se llama dominio afectivo, pues surgió la necesidad de los y las docentes de conocer la dimensión afectiva con el objetivo de comprender los fracasos y demás problemas y hallar sus soluciones. El dominio afectivo es la capacidad de metacognición, de reflexión acerca del éxito y fracaso. Se podría definir como un conjunto de factores emocionales, creencias, valores, actitudes y sentimientos de la mente y que se distinguen de los aspectos puramente cognitivos.

El tema que aquí se trata está en la actualidad y ya hay numerosas investigaciones sobre el afecto y el rendimiento escolar, y concretamente al rendimiento en matemáticas. Todas ellas coinciden en que entre las consecuencias de los sentimientos en el rendimiento de las matemáticas están el aprendizaje y posterior uso de las matemáticas, la relación con ciertas metodologías educativas y el autoconcepto como estudiante de matemáticas.

Las investigaciones realizadas respecto a la influencia del sexo en el aprendizaje de las matemáticas apuntan a la observación de una primera variación diferencial entorno a los doce años, coincidiendo con el difícil paso de la educación primaria a la secundaria. Si estas diferencias no se mantuviesen en edades posteriores, podría deberse a los cambios puberales, psicológicos o al aumento de dificultad de los conceptos abstractos. Cabe mencionar que hay constancia del déficit de rendimiento general en todas las áreas que conllevan los cambios físicos y psíquicos de la adolescencia. Consecuencia de estas diferencias, entre muchas otras, es la elección de rutas educativas en tempranas edades de la educación secundaria.

Creo que estas diferencias no serían tan pronunciadas si se tuvieran en cuenta aspectos emocionales y motivacionales y, sobre todo, la enseñanza participativa sobre la enseñanza magistral.

Una investigación llevada a cabo en la Universidad de Valladolid pone de manifiesto las respuestas del alumnado respecto al rechazo de las matemáticas: la dificultad de la propia asignatura y la frustración ante la incapacidad de resolver dicha dificultad. En mi opinión, ambas se pueden solucionar desde la metodología del profesorado. Dos de las preguntas que considero clave a la hora de enfrentarse a la solución de este grave problema son CÓMO ACTUAR y QUIÉN DEBE ACTUAR.

Como he dicho, los métodos con los que se enseñan las matemáticas son el principal factor que reflecta en la afectividad del alumnado. Abogo por una metodología activa, participativa y de una forma lúdica, sin libros patéticos, razonando, rechazando la memorística, fomentando la visión concreta antes de adentrarse en la abstracción, las metáforas y comparaciones matemáticas, la resolución de problemas de la vida cotidiana. Esto es motivación. Esto no es rechazo.

Respecto a la segunda pregunta, la responsabilidad siempre se dispersa y acaba en tierra de nadie. Opino que desde el Ministerio de Educación deberían facilitar y promover mucho más la investigación y formación continua del profesorado en todas las etapas educativas, tanto en la escuela e instituto como en la universidad. En las primeras, por trabajar directamente con el alumnado, por el cambio efectivo y avance en estrategias pedagógicas y didácticas. En las segundas por ser formadoras de formadores; las universidades aparecen definidas como instituciones de educación superior especializada integradas por facultades, pero si en una carrera no se enseñan más
que las bases de la profesión (incluso aspectos innecesarios), algo se está haciendo mal. Un famoso sabio una vez dijo: “menos mal que fui un poco granuja; todo lo que sé me lo enseñó una bruja”.

En resumen, no se debe dejar caer a ningún alumno o alumna en el aburrimiento o el fracaso por falta de afiliación con las matemáticas. Estas, desde mi punto de vista, se deben introducir en el aula con la plataforma emocional de base, emociones que motiven al alumnado y que les hagan recordar que, en realidad, las matemáticas les gustan.
 Carlos Alonso Couto

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