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EDUCANDO EN SOCIEDAD

Miguel Martín Mora

Publicado el 28/11/2017 17:11

En nuestra sociedad actual, nos encontramos con numerosas situaciones de injusticia en las que algunos sujetos hacen gala de un comportamiento incívico y, en ocasiones, de dudoso nivel humano. Al contemplarlas, o al escucharlas a través de los medios de comunicación, somos muchos los que alguna vez nos hemos preguntado: ¿en qué ha fallado la educación de estas personas para que se comporten de ese modo?; ¿qué debemos cambiar y cómo? Es importante, como sociedad, no eludir responsabilidades a la hora de analizar estas cuestiones. Al fin y al cabo, estas personas son miembros de nuestra comunidad y, en algún momento, su educación y su desarrollo como persona estuvo en manos de nuestras instituciones educativas, entre otros. Es verdad que sería injusto buscar únicamente en los colegios las posibles respuestas a la primera pregunta. Pero no es menos cierto que para responder a la segunda cuestión sí podemos poner el foco en el papel que juega la Escuela como instrumento de cambio y mejora social.

 

Además de ante aspectos relacionados con el delito, frente a otros muchos que también conllevan comportamientos reprochables podemos y debemos pensar en la Escuela como una herramienta para abordarlos y erradicarlos a medio o largo plazo. Mediante diversos métodos o proyectos concretos los intentamos combatir, pero parece no estar siendo del todo suficiente. Violencia en el deporte, escasa conciencia animal, suciedad en las calles, indiferencia medioambiental, machismo, intolerancia, desinterés solidario… además de robos y delitos peores, parecen ser problemas cuya tendencia va en aumento o disminuye a un ritmo bastante lento. Cierto es que nadie, por sí mismo, puede dar una respuesta mágica a estos problemas y solucionarlos de la noche a la mañana. Haría falta que toda la comunidad educativa respondiera de forma conjunta para comenzar a obtener unos resultados palpables a simple vista en estos términos. No obstante, existen, bajo mi punto de vista, ciertas medidas que no se están aplicando de forma generalizada y que sí podrían tener una repercusión significativa en la lucha hacia el cambio y la mejora social. Son medidas sencillas en su aplicación, pero requerirían el compromiso de las instituciones políticas del país (locales, autonómicas y estatales), lo cual puede llegar a parecer más difícil que la consecución del objetivo en sí. En todo caso, creo que sería bastante positivo trabajar para su puesta en marcha. Con el fin de concretar, podríamos sintetizar estas medidas en tres importantes puntos:

  1. Inclusión de proyectos de índole social en el currículo.

Es importante tener planificada la ruta hacia la consecución de los objetivos académicos. Pero hace ya tiempo que nos percatamos de que esto no debe ser lo único que nos propongamos como profesionales de la Educación. Numerosos proyectos se emprenden desde los colegios para abordar diferentes asuntos y hacer que los pequeños se impliquen e interioricen unos patrones de conducta cívica y social mejores. El dato negativo es que estos proyectos se llevan a cabo de manera aislada y totalmente descoordinada. Lo conveniente sería incluir en el currículo, además de los académicos, otros objetivos de carácter social, para los cuales se convierta en obligatorio el compromiso de desarrollar o acogerse a uno o más planes con fines de este tipo. Esto haría posible que existiera una coordinación muy positiva entre colegios que decidieran apostar por los mismos proyectos, sobre todo a la hora de diseñar y poner en práctica las distintas actividades que quedarían enmarcadas en ellos. Se desarrollarían a nivel de centro, con posibilidad de extenderlos a nivel local (gracias al grado de coordinabilidad mencionado) y en ellos se buscaría la implicación de las familias para reforzar lo transmitido y, de paso, incidir también en mayor o menor medida en el comportamiento de nuestros adultos.

  1. Colegios más abiertos y comprometidos con los barrios.

En todos los colegios se realiza una labor fantástica e incuestionable en muchos aspectos. Aun así, existe una cierta sensación de impermeabilidad de los centros escolares que debilita el vínculo entre éstos y la comunidad que hace uso de ellos. Idealizar nuestra escuela en lo social pasa necesariamente por estrechar el compromiso de los centros con las necesidades específicas de los barrios en los que se encuentran ubicados. Esto implica convertir a los colegios en verdaderos centros sociales donde la comunidad pueda hallar espacios de encuentro en los que se dé voz a la problemática propia del barrio, así como a las propuestas activas de mejora al respecto. Bajo el establecimiento de estos menesteres marcados por la propia comunidad, el equipo educativo puede orientarse a la hora de definir sus proyectos o ideas de actuación social. Se hace imprescindible, en ese supuesto, dotar a los centros de un equipo profesional (trabajadores y educadores sociales) que actúe de forma coordinada con el equipo docente que trabaja a nivel de aula con los niños (coordinación que puede hacerse extensiva al trabajo con otros centros del barrio o de la localidad). Es aquí donde podría radicar el mayor obstáculo para este punto. Proveer de estos recursos humanos a los colegios puede suponer una inversión que las administraciones no siempre aprueban con facilidad. En cualquier caso, sería muy positivo comenzar a plantearse esta cuestión y establecer de forma progresiva programas de actuación en este sentido. Con ello involucraremos a las personas en los asuntos que afectan a su vecindario, algo necesario viendo la situación que atraviesan la mayoría de barrios.

Existe una incomprensible y generalizada sensación de desapego de la población (sobre todo de la población joven) con los problemas que acontecen tras la puerta de su casa, externalizando la responsabilidad de darles solución (el clásico “ya vendrán los del ayuntamiento a limpiarlo” puede servirnos de ejemplo). Trabajando en este segundo punto, niños y adultos se desarrollarán como ciudadanos más civilizados y comprometidos con el bienestar de sus calles y vecinos, lo que hará mucho más fácil y agradable la convivencia entre todos.

  1. Convertir a los niños en educadores excelentes.

La gran responsabilidad de educar a las generaciones venideras no debe recaer únicamente sobre aquellos que se dedican profesionalmente a la Educación. Debemos llegar a comprender que toda la sociedad juega un papel importante en aquello que transmitimos. Profesores y padres, pero también medios de comunicación, personalidades relevantes, entidades reconocidas, líderes en redes sociales y todos. Absolutamente todos en nuestra sociedad deberían tratar de transmitir una actitud ejemplar a efectos pedagógicos. Esto es, a día de hoy, una verdadera utopía, ya que resulta bastante evidente que la sociedad actual no está preparada para desempeñar ese rol. Hay que preparar entonces a las nuevas generaciones para que puedan desempeñarlo, y en esto sí cobra relieve lo que desde los colegios podemos hacer. Todos los profesionales que trabajamos para la Educación hemos tenido la oportunidad de comprobar lo eficaz que resulta transferir ciertas actitudes a niños de edades tempranas convenciéndolos de que ellos mismos pueden ejercer roles de liderazgo y altavoz de dichas actitudes. Con sus propios compañeros o con sus familiares los niños se sienten bastante cómodos en el papel de defensores de aquello que consideran correcto.

Esta actitud podrá interiorizarse con los diferentes proyectos sociales que se emprendan en la escuela otorgando a los pequeños funciones relevantes en la transmisión de los principios trabajados. De este modo, se refuerza a su vez el potencial de credibilidad que tiene el propio mensaje para el niño, ya que ahora no sólo vienen a explicárselo a él, sino que es él mismo quien trata de convencer al exponerlo. Quizá de este modo no se obtengan unos resultados espectaculares a corto plazo, pero no olvidemos que la generación a la que ahora mismo educamos será la encargada de educar a la siguiente, y así sucesivamente. Ciudadanos del futuro alcanzarán los logros sociales que anhelamos e incluso los que ni siquiera hoy imaginamos. Y para ello hay que comenzar a sembrar lo que algún día se pretende recoger. Educar para que se eduque cada vez mejor puede llegar a ser una semilla muy fructífera, por lo que este punto cobra una relevancia bastante especial.

 

Son principalmente tres ideas las que aquí han quedado expuestas. Pero para trabajar en la búsqueda de estrategias que nos conduzcan hacia la mejora de toda nuestra sociedad es necesario dar espacio a muchas más. Un “brainstorming” educativo entre profesionales de este sector podría sacar a la luz técnicas muy efectivas que, con el consenso de todos, podrían ponerse en marcha. Lo que resulta evidente, a mi parecer, es que hay que actuar con proactividad. El cambio social no va a venir solo, no lo tenemos que esperar. El cambio social hay que provocarlo. Tenemos la obligación moral de comenzar a dar respuesta a los problemas que acontecen en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Seguramente no pertenecemos a una generación destinada a resolver los grandes problemas que la humanidad tiene, pero tal vez sí somos los encargados de educar a aquellos que afrontarán ese gran reto. Aportando nuestro grano de arena y educando para que los que vienen también lo aporten, podremos conseguir la montaña que deseamos, del tamaño que nos propongamos y con la forma que cada generación estime conveniente en función de las necesidades que existan en cada momento. Sólo así, educando en sociedad, podremos conseguir aquello tan sencillo y tan básico que en el fondo todos queremos: simplemente, vivir en un mundo mejor.

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