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Un laboratorio arqueológico en el aula

ALICIA QUINTERO BOUQUET

Publicado el 27/10/2020 19:10

Introducción

El universo de las Ciencias Sociales tiene como principal objetivo el estudio de las sociedades humanas en un determinado espacio geográfico, el cual puede no solo abordarse desde la Historia, sino que puede estudiarse mediante otras muchas disciplinas como pueden ser la antropología, la sociología, o la etnografía, paleografía, etc. Junto a todas estas disciplinas se encuentra la Arqueología, mediante la cual el estudio de estas sociedades pasadas se centra en el análisis de las fuentes materiales a diferencia de la Historia, que obtiene los datos a partir de las fuentes escritas u orales (Santacana, 2018). La Arqueología, sin embargo, pese a su enorme utilidad para la comprensión de la materia, se encuentra altamente marginada en los sistemas educativos vigentes en numerosos países, España entre ellos, paradójicamente en un sistema que está intentando incorporar el modelo de enseñanzas por competencias clave y que otorga mayor peso del pensamiento científico en evaluaciones a niveles internacionales como puede ser el informe PISA.

Sumado a una mala concepción de su uso ya que tanto alumnos como profesoras identifican la arqueología con la Prehistoria y Edad Antigua, no pudiendo emplearla para épocas más recientes como la Edad Media Moderna o incluso la Edad contemporánea (claro ejemplo serían las excavaciones arqueológicas relacionadas con la recuperación de la Memoria Histórica). ¿Qué pasaría si en unos cuantos centenares de años se mostrara en las escuelas a los alumnos coches lujosos de decenas de miles de euros o una Thermomix? Toda esta situación se ve agravada cuando se muestran restos arqueológicos a los alumnos que, tras una insuficiente explicación, solo se presentan aquellas piezas más representativas o conocidas (la Dama de Elche o el Tesoro del Carambolo), no mostrándose aquellos objetos de uso común como pueden ser las cerámicas u otros utensilios que muestras la vida cotidiana de las culturas del pasado (Castillo, 2017).

Muchas son las iniciativas que se están llevando a cabo por parte de profesionales de la docencia (simulacros de excavaciones arqueológicas, talleres en museos, kits móviles, etc.), aunque estas actividades continúan formando parte de la educación no formal. Se pretende ofrecer una propuesta educativa atractiva e innovadora sin tener que recurrir a las salidas extraescolares, utilizando la metodología por descubrimiento y convirtiendo el aula en un Laboratorio arqueológico. En este caso se sustituye el trabajo de campo del arqueólogo por el trabajo directo con las fuentes materiales propias de un gabinete, donde los protagonistas son el objeto en sí mismo y el propio estudiante. Es lo que se conoce como “didáctica del objeto”, de larga tradición en el mundo anglosajón y que proporciona buenos resultados a la hora de desarrollar el pensamiento histórico.

Pese a los continuos esfuerzos que los organismos culturales han realizado para acercar el patrimonio al mundo educativo, las oportunidades de contacto entre el objeto-alumno son bastante reducidas, resultando así que el aprendizaje de la Historia sea meramente de tipo teórico y no significativo, puesto que el cómo y por qué quedan relegados a otro plano. Además, la escasa presencia análisis de elementos de la cultura material en los currículos de ESO y Bachillerato hay que añadir el vago esfuerzo que han realizado los organismos culturales en la creación de una ley educativa más comprometida con la sociedad actual.

Para que el cambio se produzca, también es necesario el compromiso de los padres, el alumnado y sobre todo de los docentes, teniendo la obligación de reinventarnos en nuestra práctica diaria cambiando todos los elementos curriculares con la finalidad de ofrecer una acción educativa de calidad y efectiva. El uso de los elementos materiales otorga a la arqueología un valor educativo muy eficaz para comprender cuestiones de los distintos grupos humanos del pasado como ¿quiénes eran?, ¿cómo fabricaban?, ¿qué pensaban?, ¿qué comían? etc.; permitiendo que un elemento abstracto e intangible, se convierta en un objeto visible, manipulable y perceptible por todos (Cardona, 2014). Por lo tanto, el método arqueológico debe incluirse los elementos curriculares del centro educativo, convirtiendo la clase en un aula-laboratorio con la finalidad de integrar las enseñanzas teóricas con la manipulación y experimentación práctica.

La Didáctica del objeto

Una definición aproximada de didáctica del objeto podría ser el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje a través del uso del objeto como fuente de conocimiento y material didáctico. En este caso las fuentes primarias que se deben utilizar están conformadas por objetos, los cuales van a ser los medios que nos ayudarán a construir una visión concreta y fiel del pasado. Estos vestigios del pasado sean o no reproducciones, son de gran utilidad para el proceso de enseñanza-aprendizaje de la Historia en todas las etapas educativas, pero sobre todo en edades más tempranas, desde infantil hasta la secundaria (Prats y Santacana, 2011). El empleo y análisis de estos objetos suele llevar consigo una experiencia personal de primera mano e incita a la realización de cierta investigación en torno a estos. Así mismo, esta metodología lleva implícita el desarrollo de técnicas de observación, comparación, deducción, etc.

Otro aspecto por destacar es el poder de fascinación que provocan estos objetos, siendo mucho más atractivos que los textos, resultando de gran utilidad para aquellos alumnos que no encuentran interés en la historia, siendo una buena forma de iniciación en el estudio de esta asignatura. Sin embargo, no se debe caer en como señalan Prats y Santacana (2011) en trasformar la didáctica de la Historia en un mercadillo escolar en el que el juego consiste en adivinar para qué se usaba cada artefacto. La didáctica del objeto es pues un complemento muy valioso para el método de análisis histórico, en el que estos restos se emplean como una fuente más de conocimiento. Para ello, es necesario plantear el estudio de los restos materiales de manera coherente, ordenada y sistemática como lo haríamos cuando obtenemos información de las fuentes escritas. En este caso, los autores Prats y Santacana (2011) han establecido una serie de cuestiones o premisas necesarias a la hora de analizar un objeto:

  1. ¿Qué es el objeto y con qué se ha fabricado?
  2. ¿Es antiguo? ¿De cuándo podría ser?
  3. ¿Cómo podemos saber cuándo se elaboró?
  4. ¿Para qué y cómo se utilizaba?
  5. ¿Quién pudo realizar este objeto?
  6. ¿En la actualidad hay algún objeto que desempeñe la misma función?
  7. ¿Conocemos objetos o elementos similares? ¿En qué se asemejan o se diferencian?
  8. ¿Qué aspectos sabemos con total seguridad acerca del objeto?
  9. ¿Qué pruebas podemos aportar?
  10. ¿Qué cosas nos gustaría saber quiénes lo utilizaron?
  11. ¿Sigue existiendo, ha mejorado, o desaparecido?

La mejor manera de comprender y reconstruir una imagen del pasado es, sin duda, reuniendo y observando diversos objetos cotidianos con respecto a la etapa histórica o unidad didáctica que se pretende explicar.

 

Figura 1. Ventajas que ofrece en introducir el método arqueológico en las aulas. Fuente: elaboración propia.

 

El laboratorio arqueológico

Las propuestas educativas que disponemos actualmente son muy diversas, con el objetivo común de aproximar la arqueología a los estudiantes. Sin embargo, bajo la situación de crisis que manejamos estos últimos tiempos de emergencia sanitaria, pretendemos introducir el mundo de la arqueología a las aulas, adaptando aquellas actividades que sean necesarias para conseguir el mismo objetivo antes citado. En este caso el trabajo arqueológico se pretende adaptar de la forma más fidedigna posible a la metodología que emplean los profesionales del sector con la puesta en marcha de un laboratorio arqueológico en la propia aula.

La clase debe convertirse en un aula-laboratorio, empleando cualquier espacio aprovechando su utilización didáctica, con la finalidad de integrar de manera concreta las enseñanzas prácticas con la teoría. Es necesario, al margen de los restos materiales que tengamos a nuestra disposición, sean o no originales, dotar a nuestras clases de un sentido manipulativo para que tenga el carácter propio de un laboratorio arqueológico (Cabañero, 2019).

En este caso, en el trabajo de laboratorio, los alumnos tendrán que analizar diferentes restos materiales que le aportaran información básica sobre aspectos sobre economía, sociedad y creencias de las distintas culturas directamente relacionados con las unidades didácticas. Para poder llevar a cabo el proceso de análisis-interpretación del objeto es necesario realizar tareas asociadas a la disciplina: la documentación gráfica como el dibujo arqueológico, la observación desde un punto de vista tecnológico y artístico; la clasificación y funcionalidad; así como establecer una cronología relativa.

A grandes rasgos, el planteamiento pretende implicar a los estudiantes en los trabajos de gabinete arqueológico, tratando de motivarlos con diversas actividades en las que incluye la formulación de hipótesis además de la elaboración de un dossier con fichas con la finalidad de que trabajen los contenidos adecuados a la unidad que corresponda, y experimentando con el material arqueológico.

 

Conclusiones

La idea del laboratorio arqueológico como recurso didáctico surge de las necesidades detectadas en el propio trabajo desempeñado por el profesor. Por un lado, era necesaria una renovación metodológica para conseguir una mayor participación e interés de los alumnos por la asignatura de historia y, por otro lado, se han detectado algunas dificultades en el proceso de enseñanza aprendizaje de la materia que debían ser superadas. Todo ello sumado a la escasa presencia de elementos arqueológicos y patrimoniales en los recursos empleados en las aulas y en el currículo oficial que dificulta la familiarización con los restos materiales por parte del alumnado resultando imposible que estos tengan alguna experiencia fomente la valoración del patrimonio histórico.

Sin lugar a duda, la introducción de los objetos históricos como fuente de información aporta numerosos beneficios para el aprendizaje de los contenidos de la materia, especialmente aquellos grandes olvidados como son los restos de tipo cotidiano que nos aporta información acerca de aspectos sociales o tecnológicos (Arias, Casanova, Egea, García y Morales, 2016).

Como afirma Wineburg (2001), el análisis con este tipo de fuentes debe realizarse desde las etapas más tempranas para subsanar o evitar las dificultades de comprensión y asimilación de contenidos de carácter histórico por parte de los jóvenes por la falta de este tipo de actividades de carácter procedimental.

Proporcionar pequeños conjuntos objetuales didácticos y temáticos a lo largo de cada unidad didáctica, tiene numerosos beneficios más allá ya de la comodidad de trabajar en la propia aula. Estos pequeños Kits, que constituyen pequeños laboratorios portátiles y fáciles de adquirir, que proporcionan al alumno los elementos necesarios para desarrollar cada bloque temático. Además, son relativamente fáciles de transportar de un grupo-clase a otro y siendo fáciles de manejar.

Como podemos comprobar, las posibilidades que ofrece la arqueología para el ámbito educativo son muy amplias, y aunque pueda parecer una metodología innovadora, este tipo de enseñanza se vienen impartiendo desde hace décadas en el contexto británico. Plantear este tipo de actividades inspirados en la metodología arqueológica muestra el alumnado el carácter científico y la historicidad de la ciencia histórica. Lo que se pretende en realidad es que el estudiante sea el protagonista de su propio proceso de enseñanza aprendizaje: observa describe, compara analiza e interpreta.

Estos objetos históricos son recursos idóneos para poder llevar a cabo una metodología más activa y un planteamiento didáctico atractivo de los contenidos históricos, proporcionan un aprendizaje significativo y las clases se tornan en un espacio motivante para los estudiantes, a la par que se consciencia en la propia naturaleza de disciplina arqueológica, fomentando, un respeto y valoración por el patrimonio histórico y por su valor para el estudio del pasado. En definitiva, las palabras adecuadas para definir esta propuesta la encontramos en la afirmación de Leroi-Gourhan (1980), “El mejor arqueólogo es, a pesar de todo, un vándalo que destruye su documento consultándolo” (p.153).

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