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Innovación y Actualización Docente

admin_

Publicado el 28/04/2014 12:04

La formación ha cobrado en los últimos años una importancia notable: mueve un importante volumen económico, moviliza a una gran cantidad de personas (desempleados/as, trabajadores/as, formadores/as, equipos técnicos, etc.), establece colaboración entre distintos organismos y entidades (administraciones, sindicatos, ayuntamientos, empresas, etc.), está presente tanto en políticas activas de empleo, como de lucha contra el paro, de reciclaje profesional, etc.

Otro factor, tanto o más importante que el anterior y que está contribuyendo poderosamente a que la formación y los propios formadores y formadoras jueguen un papel cada vez más importante en nuestras sociedades, es el desempleo. El paro constituye, en muchos países, sobre todo en España, el principal problema a resolver.

En este marco, la formación aparece cada vez con más fuerza como uno de los principales generadores de empleo; no sólo porque facilita al individuo sin estudios la preparación necesaria para acceder al mundo laboral, sino también porque constituye el instrumento más eficaz para mejorar las condiciones laborales de los ciudadanos.

Con todo esto se pone de manifiesto la importancia del papel que el formador o formadora está desempeñando, el gran número de factores y colectivos que rodean a su labor profesional y el porqué de las demandas sociales que se le hacen. No olvidemos que el problema del desempleo es el que más preocupa al ciudadano español medio, y el formador o formadora, a menudo, es visto/a como la persona encargada de entregarle la llave de la formación que esperan que les abra la puerta de una mayor garantía laboral.

Esta gran variedad de factores que giran alrededor del/la formador/a, hace que su labor profesional y su relevancia social sean una cuestión realmente compleja:

Por un lado, tenemos en cuenta que imparte una formación para la inserción laboral; por lo que lo primero que se le demanda al formador o formadora es que sea un profesional altamente cualificado o cualificada en la materia técnica a impartir (por ejemplo, para impartir un curso de albañilería lo primero que necesitamos es un buen o buena albañil) y que posea una amplia experiencia y un alto nivel de cualificación contrastable en su ocupación.

Por otro lado, también se le demanda al formador o formadora que posea ciertos conocimientos y destrezas pedagógicas que le permitan desarrollar las labores que les son propias, y que se definen en el Real Decreto 1697/2011, de 18 de noviembre, por el que se establecen cinco certificados de profesionalidad de la familia profesional Servicios socioculturales y a la comunidad que se incluyen en el Repertorio Nacional de certificados de profesionalidad.

Pero, ante todo, el formador o formadora debe ser capaz de generar entre su alumnado actitudes positivas hacia el empleo y adiestrarles en la utilización de técnicas adecuadas para su búsqueda, campo en el que las nuevas tecnologías de la comunicación y la información tienen un papel protagonista.

La profesionalidad del formador o formadora: competencias y funciones

 El formador o formadora ha de contar con tres tipos de competencias, en general:

  •      Competencia técnica: se requiere actualización de conocimientos y tareas, así como la búsqueda de información, formación continua y la capacidad para realizar un trabajo no rutinario con responsabilidad.
  •     Competencia didáctica: se requiere que la persona que actúa como docente lleve a cabo una interacción adecuada con personas o grupos, que sepa identificar problemas y plantear soluciones a los mismos.
  •     Competencia social: la capacidad de integración en el desarrollo de su profesión de aspectos como el trabajo en equipo, la cooperación, la tolerancia, la flexibilidad, y la capacidad de convivir con las diferencias por razón de género, raza, cultura; así como generar dichas competencias en el alumnado.
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