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Plasticidad neuronal y comportamental

Publicado el 01/06/2017 22:06

      Nuestra forma de enseñar es descendiente de la forma en la que fuimos enseñados. De la misma manera que nuestro conocimiento sobre cómo se da el aprendizaje es consecuencia de la sabiduría popular que se transmite de boca en boca. Ni siquiera aquellos que pasamos por las escuelas de Magisterio fuimos formados científicamente en torno al funcionamiento y las capacidades de nuestro cerebro.

 

  De aquellos barros estos lodos y a día de hoy seguimos pensando que nunca se crean neuronas nuevas, porque no hemos oído hablar de la neurogénesis adulta; que nunca seremos más inteligentes que lo que fuimos a los 23 años, puesto que es la edad en la que el CI (cociente intelectual) llega a su plenitud, porque desconocemos el cerebro ejecutivo; que nuestra carga genética determina nuestro desarrollo intelectual o que el aprendizaje en la edad adulta es imposible porque no conocemos el concepto de neuroplasticidad.

 

  Hoy en día gracias al acercamiento entre la ciencia y la educación los educadores tenemos la oportunidad de profundizar en los pequeños grandes avances de la neurociencia. De esta manera podemos saber que la plasticidad cerebral o neuronal es el concepto que hace referencia al modo en que nuestro sistema nervioso cambia a partir de su interacción con el entorno. Es decir, la capacidad que tiene el cerebro de modificarse a sí mismo como respuesta a los estímulos del medio ambiente, creando y ampliando las conexiones neuronales, al mismo tiempo que elimina las conexiones poco activas o inactivas.

 

  Este descubrimiento determina además que la importancia de un cerebro sano no reside en la cantidad de neuronas que posee sino en la cantidad de conexiones sinápticas que se dan entre ellas. Al mismo tiempo sabemos que las citadas conexiones no se dan únicamente en los primeros años sino durante toda la vida, con lo que nuestros esquemas respecto al proceso de aprendizaje pueden variar bastante.

 

  A pesar de que el aprendizaje se dé durante toda la vida, la actividad que se presenta en los primeros años es clave. Cuando el niño nace, su cerebro está totalmente libre de conductas genéticas; lo único que presenta son algunas respuestas reflejas, que le permiten sobrevivir y comenzar su adaptación al nuevo espacio de vida. El bebé nace con miles de millones de células cerebrales o neuronas y el desarrollo de su cerebro dependerá de las conexiones que se den entre ellas. Para que esa conexiones se den adecuadamente es necesario que el bebé entre en contacto con el medio ambiente. Cada vez que el niño reciba un estímulo creará una sinapsis.

 

Como hemos citado, antes se creía que solo los cerebros infantiles tenían esa capacidad de aprendizaje debido a su plasticidad. Sin embargo, la información descubierta en las dos últimas décadas ha confirmado que el "cerebro retiene su plasticidad a lo largo de toda la vida. Y, debido a que la plasticidad sustenta el aprendizaje, podemos aprender en cualquier etapa de la vida, aunque de formas un tanto diferentes en las diferentes etapas" (Koizumi, 2003). Si bien esto es cierto, existen períodos sensibles durante los cuales cierto tipos especiales de aprendizaje son más efectivos. Estos periodos no deberían interpretarse como críticos en el sentido de que un vez transcurridos, ya no hay nada que hacer, sino más bien como períodos particularmente buenos para adquirir información y desarrollar ciertos aprendizajes.

 

  Las citadas conexiones o sinapsis se pueden dar a lo largo de toda la vida siempre y cuando nuestro cerebro esté activo y, como con cualquier otro músculo, lo entrenemos correctamente. El llamado entrenamiento repetitivo y la atención durante la ejecución de las tareas, pueden mejorar estas conexiones y hacerlas funcionales. "Tanto la inteligencia generadora o computacional como la inteligencia ejecutiva aprenden asimilando automatismos y hábitos, que construyen las redes neuronales de las que proceden. Todos somos escultores de nuestro propio cerebro. El entrenamiento (intelectual, afectivo y ejecutivo) es necesario para conseguirlo." La inteligencia ejecutiva", José Antonio Marina 2012.

 

  Una de las actividades de entrenamiento que mejor y más efectivamente puede modificar nuestro cerebro aprovechándose de su característica plástica es la toma de decisiones. En nuestro día a día son muchas las decisiones que debemos tomar y de ellas depende, en muchos casos, la transformación de nuestro entorno y la mejora de nuestro bienestar. Algunas de las decisiones son tomadas por nuestro cerebro generador o computacional de forma inconsciente atendiendo, principalmente, a nuestras emociones. Esa inteligencia computacional recoge nuestras experiencias vividas, deseos, sentimientos, memoria... y automatiza ciertas acciones que realizamos en nuestra vida diaria. Hoy en día sabemos que gracias a esa plasticidad cerebral también nuestro inconsciente puede ser modificado y, de esa manera, conseguir que nuestras decisiones inconscientes sean cada vez más justas y adecuadas. ¿Cómo podemos hacer tal cosa? Básicamente, a través de nuestro cerebro ejecutivo, esto es, el modo en que el cerebro controla todos los procesos cognitivos de alto orden, incluyendo la toma de desiones (Tokuhama-Espinosa, 2011). Él es el que se encarga de inhibir los impulsos, de plantear metas, de iniciar la acción, mantenerla o modificarla, de mantener la atención... y todas estas acciones son parte de nuestra toma de decisiones. Dejar que nuestro cerebro sea el encargado de entrenar este tipo de acciones genera una serie de conexiones sinápticas que contribuyen a la modificación de la estructura del propio cerebro. Durante la toma de decisiones el cerebro echa mano de los conocimientos previos almacenados y consigue que la información guardada en la memoria se adapte o actualice generando una visión del mundo más acorde con la realidad y más detallada.

 

Implicaciones didácticas

         Teniendo en cuenta las nuevas investigaciones de la neurociencia los educadores debemos cambiar ciertas tendencias que existen en nuestros centros y en nuestra forma de mirar a los educandos.

 

              Por un lado hay que desterrar la idea de que quien no aprende algo en un momento determinado no será capaz de adquirirlo jamás. Como ya hemos dicho existen períodos óptimos para el aprendizaje de determinadas habilidades pero pasados esos períodos se pueden aprender, puesto que el alumno es capaz de mantener una mejora continua. Este hecho nos aporta una visión esperanzadora del proceso de enseñanza-aprendizaje pues sabemos que cada alumno lleva su ritmo y, aun si en determinados momentos no alcanza los objetivos marcados, existe la posibilidad de lograrlos más adelante.

 

  En segundo lugar cabría destacar la importancia de trabajar las emociones en los niños, pues éstas son en primera instancia las que dirigen la toma de decisiones. A pesar de que podamos influir en esta parte del cerebro para modificarlo, son las emociones "educadas" de una manera o de otra las que tomarán el timón del cerebro generador cuando haya que decidir. Por ello es conveniente no únicamente conocer cuáles son las emociones que sentimos y controlarlas, sino que tenemos que modificar aquellas que no nos ayuden, pues hoy sabemos que eso también es posible.

 

  Por otra parte, sabiendo que nuestro cerebro es moldeable, tenemos que contribuir en ese modelaje. Para ello, los educadores debemos generar creencias que modifiquen las estructuras cerebrales de nuestros alumnos. Porque hoy sabemos que, del mismo modo que imaginar la realización de una actividad física activa las mismas áreas cerebrales que la realización de la misma, inculcar pensamientos positivos o remarcar las cualidades buenas de los alumnos ayuda a modificar áreas del cerebro contribuyendo a una mejor autoimagen y visión personal.

 

  Unido al punto anterior, tenemos que evitar las comparaciones de alumnos con sus hermanos o padres que tan a menudo realizamos en nuestro trabajo diario. Frases como "le cuesta tanto aprender a leer como a su hermano" o "es tan despistado como su madre" deberían desaparecer de nuestras reuniones de evaluación, puesto que gracias a la epigenética sabemos que el peso que la carga genética puede traer es modificable en contacto con el entorno. Las relaciones que mantenga el alumno, los mensajes que reciba, los feedbacks que se le hagan... en definitiva, sus vivencias personales, harán que esa información genética se desarrolle o se modifique.

 

  Por último, subrayaremos la importancia de la evaluación continua, regular y frecuente con el objetivo de promover la memoria a largo plazo. Durante el proceso de creación o puesta en marcha de un proyecto el cerebro de los alumnos está muy activo y  se va modificando conforme se van viviendo las diferentes fases de aprendizaje. Es por ello que si durante el citado proceso los educadores vamos señalando los pasos dados correctamente y proponiendo aspectos de mejora, contribuiremos al aprendizaje almacenando información en la memoria a largo plazo.

 

 

Antes de concluir, citar el término "bucle prodigioso" utilizado por José Antonio Marina: "reacciones que el cerebro humano produce actúan después sobre el propio cerebro, modificando sus estructuras para adaptarse mejor al funcionamiento requerido." Esta concepto recoge la idea de plasticidad neuronal en su totalidad y nos catapulta hacia las infinitas posibilidades de creación que el cerebro esconde en su interior.

 

 

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