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Cómo hacer un amigo

Mathias Roitman

Publicado el 13/05/2018 14:05

La pregunta de cómo, cuándo y por qué se crean amistades siempre me ha interesado. En mis pensamientos siempre puse las experiencias vividas como elemento clave para crear una amistad duradera. Experiencias como charlas, salidas, paseos, viajes, eventos felices y también los tristes. Una experiencia en particular me ayudó a reforzar mi teoría, fue durante mi año de voluntariado  en el cual vivía con once jóvenes en una comuna. Había una chica en particular con la que yo sentía que podría cultivar una amistad significativa. Al principio no hice nada al respecto, pero un sábado decidí que ya era hora de dar un paso adelante para reforzar nuestra relación. La invité a dar un paseo por Jerusalén (donde vivíamos), durante el cual mantuvimos una larga y significativa charla, sobre diferentes temas que hoy ya ni recuerdo. Pero sí recuerdo el paseo y sí recuerdo la charla y esta chica es hasta hoy una de mis mejores amigas. Lo que hice en ese entonces, intuitivamente, fue crear una actividad conjunta. Durante esta trabajamos y mejoramos nuestra intersubjetividad sobre diferentes temas, lo que nos llevó a sentir una mayor afinidad el uno con el otro. Esta afinidad nos llevó a querer crear nuevas actividades conjuntas, y efectivamente, siguieron a ese paseo bastantes momentos compartidos. Como se puede observar, los pensamientos a los que llegué fueron muy parecidos a los propuestos por Tharp, Estrada, Scoll Dalton, & Yamauchi (2002) en lo que ellos llaman el gran círculo de la clasificación social.  En este artículo, y con la ayuda del texto, intentaré plantear el tema desde un punto de vista más profesional y práctico.
En el ámbito profesional, el entender cómo se crea la afinidad entre personas te permite utilizarlo. Reflexionando sobre sus posibles derivaciones al trabajo educativo,  pienso que la aplicación de éste debe concentrarse en dos frentes: 1) el trabajo frente a los niños y 2) el trabajo frente a los educadores.
En el trabajo frente a los niños, el círculo podría ser parte de la solución de una gran gama de problemas, desde la inclusión de un niño marginado, pasando por ayudar a la reconciliación de dos compañeros en discordia y hasta el tratamiento de una clase o grupo que no consigue trabajar como tal. En cada uno de estos, la intervención ha de ser diferente, pero la teoría en el cual se base será la misma. Al cumplir ya con la propincuidad (cercanía física), habría que pasar directamente a la actividad conjunta. Es decir, crear un marco en el cual los niños en cuestión puedan interactuar de una forma constructiva. No toda actividad conjunta entre niños lleva a una mayor intersubjetividad entre ellos, hay situaciones en las cuales esta puede llevar exactamente a lo contrario, sea resultado de bullying o simplemente de falta de actividad productiva. Por ello, esta actividad tiene que estar controlada y organizada, por lo menos al principio. El objetivo de esta actividad conjunta debe ser  un acercamiento en la forma en que estos niños ven el mundo. Entonces, no alcanzaría solo con ofrecer el entorno, tendríamos también que asegurarnos de que los niños entienden las reglas. Para dar un ejemplo, si a dos niños simplemente se les da una pelota y se les dice “jueguen”, pueden pasar muchas cosas. Un niño puede obligar al otro a pararse en la portería mientras él patea indefinidamente, o quizás que uno agarre la pelota y juegue solo contra el frontón, o quizás ninguno de los dos sabe jugar y se siente cada uno por su lado sin hacer nada. Una actividad así no cumpliría con su objetivo, ya que después de esta los niños seguirían viendo el mundo de formas totalmente diferentes. Una actividad conjunta efectiva debe llevar a los niños a interactuar, dialogar, intercambiar opiniones y formas de acción. Si volvemos al ejemplo de la pelota, si al dársela también se les presentase un desafío -llegar de una punta del campo a la otra sin que la pelota se caiga, concertar diez pases seguidos cuando uno tiene los ojos cerrados, etc.- el resultado sería totalmente diferente. Durante el proceso de solución, los niños tendrían que crear pautas de acción, determinar términos en conjunto y llegar a un acuerdo de cómo solucionar de la mejor forma el desafío planteado. Al final de este ejercicio, la intersubjetividad entre estos dos niños habrá crecido considerablemente, ya que recientemente habrían creado parte de ella. Esta intersubjetividad será la clave que permitirá que estos dos niños creen una mayor afinidad, quizás no en ese mismo momento, pero si en un futuro cercano.
Algo parecido serviría para una clase, o grupo de personas. Recuerdo cuando, en un intento de mejorar el trabajo en grupo de un equipo de coordinadores en el cual trabajaba, nos llevaron a jugar “paintball”. Llegamos al lugar, nos vestimos, jugamos, y nos fuimos. Puedo decir con un alto grado de seguridad que nuestro trabajo de grupo no cambió después de esta actividad, ya que no hubo ningún proceso de preparación, interacción o procesamiento posterior. Por lo tanto, y siguiendo el racionamiento planteado anteriormente, una maestra que quiera mejorar la afinidad entre los niños de su clase tendría que crear una actividad en la cual estos interactúen y creen una mayor intersubjetividad entre ellos. No será suficiente salir a un paseo y esperar que esto suceda, habría que plantear en este diferentes desafíos para que los niños, mediante un trabajo conjunto, puedan crearla. El proceso tiene que ser similar al referido anteriormente, y llevará al final a una afinidad mayor dentro de la clase, la que permitirá consecuentemente una mejora en la actividad conjunta en el futuro.
Después de analizar cómo puede ser implementado en los niños, que serían nuestro primer objetivo como educadores, quisiera referirme brevemente también a la utilidad de conocer y utilizar el círculo de afinidad en respecto al equipo profesional. A raíz de mis experiencias laborales, sea en entidades de educación formales o no formales, creo que la importancia de que exista un ambiente sano, productivo y colaborador entre el equipo educativo es esencial. A primeras, esto puede parecer insignificante, sin embargo, y basándome en la teoría ecológica de Bronfenbrenner (n.d.), pienso que el ambiente que rige entre los distintos educadores llega a los niños y les afecta. Si entendemos intersubjetividad como los acuerdos que dos o más personas comparten acerca de un tema en particular, podríamos decir que se debería intentar crear la mayoría posible de estos acuerdos. Es decir, llegar a un estado en el cual la mayoría del equipo docente comparte ciertos puntos de vista, preferentemente definidos por ellos mismos y trabaja a partir de ellos.  Esto podría obtenerse a partir de encuentros en los cuales los maestros conversaran acerca de cómo ellos ven el colegio, su trabajo y demás. De estas conversaciones surgirán dichos acuerdos y pautas de trabajo, que el equipo compartirá. Esta intersubjetividad creada llevará, como hemos visto anteriormente, a una mejor relación en el equipo docente y siguiendo el círculo, a un trabajo de grupo más efectivo.
Es interesante observar que este círculo es retratado en diferentes obras literarias y artísticas. En la película Hitch (Smith, Lassiter y Zee, 2005) el personaje principal crea situaciones de interacción positiva entre dos personas, con la intención de que estos se conviertan en pareja. En “El juego de Ender” también se le hace mención, cuando se explica que no es posible conocer a tu enemigo y no amarlo (Scott Card, 2006). Y finalmente, en  “El Principito” se determina que “domesticar es crear vínculos” (Saint Exupery, 1990). Es con esta frase en la que me gustaría enfocarme para terminar mi artículo y es porque pienso que encierra diferentes elementos que encuentro indispensables para el trabajo educativo en general, y la creación de afinidad en particular. El zorro, al hablar de crear vínculos, se refiere a crear amistades. Yo, sin embargo, lo entiendo también como educación. Educar quiere decir crear vínculos, entre el maestro y el alumno, entre los alumnos mismos y también entre los conocimientos previos que poseía el niño y los nuevos que le quiero mostrar (aunque no de esto trate este artículo). En el libro, el proceso de “domesticar” es presentado como uno que lleva su tiempo, y requiere de esfuerzo y dedicación. Como se puede apreciar del círculo, la creación de un vínculo, poniendo de lado aquellos que se crean en situaciones extremas, no es algo repentino. El zorro también le ofrece otro secreto al principito: “solo se conoce de verdad a aquello que se ha domesticado”. Creo que como educadores hemos de recordar estas dos verdades, y a partir de ellas construir nuestra intervención. Primero, hemos de entender que la educación es un proceso que lleva tiempo, y que cada relación, como he explicado arriba, tiene su tiempo de maduración. Cada actividad conjunta positiva, cada experiencia vivida, cada avance en nuestro entendimiento mutuo, es un paso hacia la creación de un ambiente que permita un aprendizaje más significativo. Segundo, recordar que para que una intervención sea exitosa, es imprescindible crear una afinidad con los niños, llegar a quererlos, ya que ellos advertirán lo contrario y actuarán de acuerdo a ello. Solo se conoce a lo que se ha domesticado, y yo agrego que se puede domesticar solo a aquel a quien se llega a querer. A partir de esto, hemos también de recordar que Vygotsky (1978) propone que cada aprendizaje es necesariamente fruto de una interacción social. Por lo tanto, cada interacción tiene el poder de crear un aprendizaje. Tenemos el deber, como educadores, de crear y permitir las condiciones y, en especial, las relaciones necesarias para que el aprendizaje conseguido en cada una de estas sea lo más provechoso posible.

Referencias bibliográficas

  • Bronfenbrenner, U. (n.d.). Objeto y perspectiva.
  • Tharp, R. G., Estrada, P., Scoll Dalton, S., & Yamauchi, L. A. (2002). Transformar la enseñanza: excelencia, equidad, inclusión y armonía en las aulas y las escuelas. Barcelona: Paidos Iberica.
  • Vygotsky, L. S. (1978). Interaccion, Aprendizaje y Desarrollo. Barcelona: Paidos Iberica.
  • Smith, W., Lassiter, J. y Zee, T. (productores) y  Tennant, A. (dir.). (2005). Hitch [pelicula]. EEUU: Columbia Pictures Corporation.
  • Saint-Exupéry, A. (1990). El petit príncep. Barcelona: Salamandra.
  • Scott Card, O. (2006). El juego de Ender. Barcelona: Zeta bolsillo.

 

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