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Nuestro yo pirata

aranzazu moncayo lagares

Publicado el 28/10/2018 23:10

Actualmente vivimos en una sociedad capitalista y consumista, donde siempre gana la superficialidad. Nos hemos criado bajo una realidad cuanto menos, normativa. Con ello, me refiero a que existen unos canones de belleza concretos encargados de mover grandes mercados, unas formas determinadas de comportarnos, otras prohibidas con sutileza, y una idea falsa de libertad. Somos libres, pero solo entre las opciones que se nos dan y sobre todo sabiendo que una elección u otra tienen mayor o menor éxito social en función de la escala jerarquizada de valores que hemos ido conformando a lo largo de los tiempos.

Provenimos de civilizaciones muy influenciadas por los poderes políticos y las religiones que han permanecido en el mundo, por lo qué tenemos bien interiorizado que la vida se basa más en sufrimientos que en placeres. Más en el deber que en el querer. Esto acarrea un largo etcétera de consecuencias, no solo a nivel social, sino a nivel personal. La represión, la culpa, la responsabilidad, el pecado, el castigo, el perdón…son términos muy arraigados a nuestra evolución como sociedad.

Sin embargo, los tiempos van cambiando y empezamos a ser conscientes de que es necesaria una educación más neutra, más libre y menos sistematizada en cuanto a pensar que cada persona tiene las mismas capacidades y las mismas inquietudes, y por tanto ha de recibir la misma educación, la misma enseñanza. Hemos descubierto que cada cual tiene su ritmo, que tenemos diferentes capacidades, y diversas curiosidades. Aunque en transición, seguimos perteneciendo a un mundo donde la capacidad más valorada es el intelecto, por lo que la educación formal sigue fomentando y potenciando como un valor principal en el alumnado el ser más “capaz” a través de la inteligencia, olvidándose de muchas otras cualidades.

Al dar prioridad a unas cuestiones, olvidamos otras de gran importancia para la edad adulta, cómo, por ejemplo, la educación afectivo-sexual. Ya que realmente es la que va a capacitar a una persona en la edad adulta para saber gestionar sus responsabilidades y sus cargas, a la par que no olvidarse de los preciosos placeres de la vida.

La educación afectiva-sexual al contrario de lo que se puede pensar de primeras, se ha estado reproduciendo y aprendiendo desde el principio de los tiempos. Cuando no se habla explícitamente de ella, también se está enseñando, mediante silencios. Sí, los silencios educan. Dicen lo que está bien y lo que está mal, dicen que hay algo que no debemos saber aún, crean misterio e incertidumbre, culpa, vulnerabilidad, miedos, te enseñan lo que “debes” hacer sin decírtelo con palabras…Los silencios son los grandes profes cómplices de un sistema negado a trabajar con las emociones individuales y que se ha encargado de asignar unos roles en función del sexo al que pertenezcas, masculino o femenino.

A ellos se les ha exigido ser tipos duros de roer, a no mostrar debilidad, a ser fuertes y nunca delicados, a no llorar, a expresar lo justo, a tener la carga familiar económica, a mostrar su virilidad, a ser un caballero, valiente!!!

A ellas, a ser amables, sensibles, complacientes, simpáticas y guapas, a ser alguien en la vida si encuentras a un hombre que te complete. “¿Solterona? Pobre..”

Sin embrago, en este aspecto, aunque no en muchos otros…Las mujeres hemos sido educadas de un modo un poco más saludable a nivel emocional, ya que, para sacar nuestras frustraciones, nuestra ira o nuestras sensaciones dañinas, se nos ha permitido llorar, expresar, patalear…Caso contrario es el de los chicos, que solo se les ha enseñado a solventar todos sus problemas mediante una sola vía, la violencia. Gritar, pegar, coger el coche a 200km por hora. Nunca a llorar, a dialogar, a mantener el equilibrio emocional y gestionar de otro modo. Ambos sexos ocupan a día de hoy dos posturas muy lejanas uno del otro, como si al final, no fuésemos todos y todas, simplemente personas.

De igual modo, nos extrapolamos cuando hablamos de sexo y de sexualidad, mientras a las mujeres se les exige implícitamente ser puras y comedidas, a los hombres se les exige estar hipersexualizados continuadamente. Este hecho, provoca un gran índice en la edad adulta de problemas psicológicos derivado de las exigencias y represiones sociales en cuanto a este ámbito.

Nos pasamos toda nuestra vida educando el intelecto, construyéndonos socialmente sin barajar las necesidades particulares de cada individuo, y cuando llegamos a la edad adulta no sabemos gestionar nuestra ansiedad, estrés o los imprevistos vitales que suelen surgir. Y entonces es cuando necesitamos de una deconstrucción personal de todo lo que aprendimos que no era para nosotros/as y agarrar lo que es nuestro, desaprender lo que hemos reproducido, despojarnos de lo que nos hace daño y partir de nuestras propias necesidades.

Ante un mundo que se vuelve más hostil en la adultez, es necesario evitar en mayor medida seres frustrados, pérdidos y con la sensación de displacer continuado. Lo cual contribuiría a una mejor salud mental y una reducción de las patologías desencadenantes de una educación afectivo-sexual insalubre. La solución a nivel educativo tanto a nivel formal, no formal o informal pasa por la prevención desde cortas edades en tres grandes campos:

- Entender la sexualidad como un todo. Como la capacidad de nuestro cuerpo de sentir. Enseñar a percatarnos y a pararnos en ese rayo de sol que entra por la ventana y nos calienta la piel. A autoconocernos a nivel corporal, a abandonar la idea social de genitalidad como punto de placer, y conocer de este modo la globalidad. Cómo disfruto de acariciarme las manos o el brazo y el ritmo en el que me gusta hacerlo. Todo ello, es sexualidad. Todo ello es vital y saludable desde las primeras etapas evolutivas de los bebes, de igual importancia que puede ser crearles rutinas de comidas o sueño, o darles afecto. Desde el principio de la vida hasta el final de ella, es necesario vivir la sexualidad de forma saludable y no dañina.

- Extrechar posturas entre ambos sexos, en cuando a educación emocional se refiere. Mientras separemos el mundo en dos sexos y estipulemos una serie de roles de género a cada uno, no seremos capaces de acercarnos, de compartir posturas, seguiremos bajo una educación patriarcal que daña a ambos sexos.

- A nivel afectivo corre la necesidad de enseñar desde edades tempranas a gestionar de forma fructífera nuestras emociones. No existen emociones buenas y malas, todas, hasta las que nos crean malestar son necesarias para tener un buen equilibrio emocional. 

Actualmente, hay mucha tendencia hacía la sobreprotección de los menores desde cortas edades, de modo que a veces no se les permite ni expresar el llanto, potenciando que solo vivan codeados entre sensaciones de disfrute. Lo que alerta no es este hecho, sino el desencadenante en adolescentes o adultos abocados a la frustración continua cuando se encuentran con una realidad que no es la esperada o pretendida.

Todo este entramado social no hace más que poner limitaciones en el desarrollo de otras capacidades que tenemos capadas porque no se han trabajado concienzudamente en ninguna etapa vital. Por lo que estamos viviendo con nuestro yo pirata, el construido socialmente con unos guiones de vida que hemos dado por hecho, y no desde el autoconocimiento de todas las parcelas de nosotros/as mismos/as que tenemos por explotar. ¿Y si fuésemos capaces de exprimir todo el jugo de cada persona? Si tal y como manifiesta Fina Sanz con una terminología propia y maravillosa, nos dedicásemos a trabajar una relación de “buentrato” hacia nosotras/os mismas/os, hacia los demás y hacia el mundo para vivir de forma saludable, para ser más auténticos/as, libres, únicos, felices…

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