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Motivación, alumnos y metodologías activas

Luis Pedro García San Segundo Jiménez

Publicado el 19/03/2019 23:03

Introducción

Grandes autores como el pedagogo Sir Ken Robinson (2009) hacen hincapié en el cambio que necesitan las escuelas en el siglo XXI, en una sociedad tan sumamente dinámica como la actual, tener a un joven en plena adolescencia sentado durante horas sin poder interactuar, descubrir, compartir; únicamente atendiendo a una lección magistral es absolutamente antinatural. Esta situación fomenta que los alumnos no presenten la motivación y predisposición para aprender, potenciándose así el aburrimiento y bloqueándose la posible floración de los talentos de éstos. La educación se ha venido centrando en lo teórico, en el “saber”, los alumnos debían aprender un cierto contenido y luego demostrar que lo sabían a través de los temidos y conocidos exámenes, dejándose de lado aspectos tales como la educación emocional, o como bien dice el autor del libro “El Elemento”, la propia pasión del estudiante por aprender.

Cuerpo

El término inteligencia emocional surge en 1990 acuñado por los psicólogos Salovey y Mayer, aunque fue popularizado por Daniel Goleman en 1996. En su libro homónimo define la inteligencia emocional como: “Understanding one’s own feelings, empathy for the feelings of others and the regulation of emotion in a way that enhances living”; "Comprender los propios sentimientos, la empatía por los sentimientos de los demás y la regulación de la emoción de manera que se mejore la vida".  El amplio e importante espectro que abarca dicho concepto hace pensar a diversos autores que, si la educación se enfocara en este sentido, problemas tales como la depresión, falta de disciplina, violencia, abuso de drogas, trastornos alimentarios tan, por desgracia, comunes en la actualidad, podrían verse altamente disminuidos (Castillo, Almagro, Conde, Sáenz-López, 2015).

La aparición de la inteligencia emocional supone un cambio de paradigma en relación al complejo concepto de inteligencia. Se ha venido pensando que el coeficiente intelectual era el aspecto más importante, que determinaba cuánto de inteligente era una persona, englobándose en este concepto las competencias racionales y dotándolas de mayor importancia frente a otras capacidades (Goleman, 1996). Pero, según establece la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner y Hatch (1989), existen diferentes inteligencias que cada alumno presenta de forma “bruta” al nacer, pero que van a ir desarrollándose. La educación se ha centrado siempre en lo que el autor y su equipo denominaron inteligencias lógico-matemática y lingüística, que son de hecho las inteligencias en la que se centran los test de coeficiente intelectual (CI) desarrollados allá por el siglo pasado por autores tales como Binet. Pero, según establece Gardner, estas dos inteligencias no son ni las únicas ni las más importantes. En su obra, el autor habla de 7 inteligencias: lógico-matemática, lingüística, kinestésica, musical, intrapersonal, interpersonal y espacial. Defiende que la escuela ha de tratar de identificar qué talentos presentan los alumnos para conseguir que los desarrollen al máximo, permitiendo así una coherencia entre sus aptitudes, intereses y potenciales salidas profesionales. Paralelamente la identificación temprana de en qué ramas de la cognición no es tan destacado el alumno, permitiría diseñar planes de acción para suplir dichos problemas y que el alumno goce de un desarrollo pleno (Gardner, 1989). Es por tanto que el trabajar identificando las potencialidades de los alumnos, sus talentos, conociendo en qué destacan, personalizando la educación a las necesidades de cada uno de ellos, permitiría en gran medida conseguir que éstos se implicaran más por aprender.

La motivación es un constructo que aún a día de hoy no tiene una definición absolutamente consensuada por los expertos, lo que si es cierto es que siempre se ha tendido a realizar una separación entre lo cognitivo y lo afectivo-motivacional en relación al aprendizaje, de manera que los expertos realizaban una dicotomía de ambos aspectos, dado que mientras estudiaban los procesos cognitivos no tenían en cuenta los procesos afectivos. Pero nada más lejos de la realidad, queda demostrado que el aprendizaje es un proceso en el que lo cognitivo y lo motivacional van de la mano (García y Doménech, 2002). Según establecen Núñez y González-Pumariega (1996), para que el alumnado aprenda un cierto conocimiento es necesario tanto que pueda hacerlo, esto hace referencia en cierto modo a que tenga la capacidad de adquirir dicho conocimiento, a que el docente lo esté explicando de manera adecuada; y que quiera hacerlo, para ello ha de tener altos niveles de motivación y predisposición al aprendizaje.

La motivación es, por tanto, requisito indispensable para el éxito académico, pero, ¿qué teorías nos hablan actualmente sobre qué es la motivación?, ¿cómo potenciarla?, ¿qué fases presenta? Entre las teorías más conocidas sobre la motivación destaca la célebre teoría de la jerarquía de necesidades de Maslow (1954), en dicha teoría se identifican 5 niveles diferentes de necesidades, de abajo hacia arriba serían: fisiológicas, seguridad, sociales, estima y autorrealización. De manera que las necesidades situadas más hacia la cúspide hacen referencia al crecimiento individual de la persona, mientras que cuanto más hacia la base se encuentren hacen referencia a las necesidades fisiológicas. El autor establece que es requisito indispensable completar cada escalón antes de ser capaz de ascender al siguiente.

Otra teoría de gran importancia en el campo de la motivación es la teoría de McClelland (1989), dicha teoría enfoca su atención en tres subtipos de motivación, logro, poder y afiliación. De tal forma que el poder hace referencia a la capacidad de influir en los demás sin que los demás influyan en ti, buscar que sean los pensamientos e ideas propias los que predominen. Por otro lado, la afiliación, esto es el deseo de formar vínculos afectivos entre personas, el sentimiento de pertenecer a un grupo; y por último el logro, es decir la motivación hacia el éxito, hacia sobresalir. Según el autor estos son los tres pilares de la motivación.

Además de lo propuesto anteriormente en educación existe una teoría de gran relevancia, y es la teoría de G. Canabach (García y Doménech, 2002), que afirma que existen dos polos de motivación: extrínseca e intrínseca, siendo la motivación extrínseca la que se debe a agentes externos, como la recompensa, la obtención de notas, la aprobación por parte de profesores y padres; o en el otro extremo la motivación intrínseca, que es la que mueve al alumnado desde su propio interior, la curiosidad, el interés por los retos, por aprender, las ganas de conocer y saber, etc. De tal forma que el docente ha de buscar siempre potenciar la motivación intrínseca dado que es la más trascendental, mientras que la extrínseca tiene cierto interés en determinados contextos.

Es aquí donde convergen la teoría de Goleman (1996) sobre la inteligencia emocional y las de los diversos autores que se han mencionado anteriormente sobre motivación, dado que el grado de inteligencia emocional que tiene una persona viene dado entre otras cosas, por la capacidad que tenga de mejorar su propia motivación.

Es fundamental conseguir, por tanto, que el alumno esté motivado y en gran parte, esto puede conseguirse gracias a las metodologías activas que se están implantando con gran acogida en las aulas. Como se ha comentado previamente, la carencia de motivación puede conllevar consecuencias desastrosas en el aprendizaje de los alumnos, entre otros aspectos, según afirma Pekrum (García y Doménech, 2002), que estudió el efecto de las emociones en el aprendizaje y el rendimiento. El aburrimiento tiene la función primordial de llevar al alumno a realizar otras tareas más estimulantes, de manera que, si el alumno experimenta aburrimiento durante las horas de clase, esto va a implicar que desconecte y no muestre interés, impidiéndose así que cumpla con los requisitos demandados por el profesor. Adicionalmente, al aburrirse el alumno, es probable que trate de molestar a sus compañeros a modo de entretenimiento, perjudicándose así el aprendizaje del aula en su totalidad.

Conclusión

Es por tanto, que promover en el aula metodologías activas, tales como el aprendizaje basado en proyectos, la gamificación, el aprendizaje basado en problemas o el aprendizaje-servicio van a ser garantías de éxito, promoviendo un aula más participativa con un clima mucho más agradable, donde los alumnos se van a sentir motivados y predispuestos a aprender, convirtiendo la experiencia de enseñanza/aprendizaje en un proceso mucho más gratificante tanto para el docente como para los discentes.

Referencias Bibliográficas

Castillo, E., Almagro, B., Conde. y Sáenz-López. P. (2015). Inteligencia emocional y motivación en educación física en secundaria. Retos, 27, 8-13.

García, F. y Doménech, F. (2002). Motivación aprendizaje y rendimiento escolar. Revista Electrónica de Motivación y Emoción, 1 (6), 24-36.

Gardner, H. y Hatch, T. (1989). Multiple intelligences go to school: Educational implications of the Theory of Multiple Intelligences. Educational Researcher, 18 (8), 4-10.

Goleman, D. (1996). Inteligencia Emocional. Madrid: Kairos.

Maslow, A. (1954). Motivación y personalidad. Barcelona: Sagitario 1954.

Núñez, J.C. y González- Pumariega, S (1996). Motivación y aprendizaje escolar. Congreso nacional sobre motivación e instrucción

Robinson, K. (2009). El Elemento: Descubrir tu pasión lo cambia todo. Barcelona: Grijalbo.

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