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El Papel de la Escuela en la Prevención e Intervención sobre Delitos Sexuales

Clara Romero Mena

Publicado el 18/10/2019 12:10

Revisando los datos estadísticos publicados por el Poder Judicial de España (2019), en los últimos años se viene apreciando un incremento en el número de menores condenados por la comisión de delito contra la libertad y la indemnidad sexuales. Si bien en 2014 se consideraron un total de 278 condenas en nuestro país, en el año 2018 se registraron 408 (una diferencia de 130) por la comisión de este delito. Si analizamos la incidencia de este mismo tipo de delito en población adulta, encontramos que, en el año 2017, se condenaron a 2280 adultos, siendo la franja de mayor abundancia en la comisión del delito la que comprende las edades de 21 a 25 años. También es importante comentar que, según el Observatorio de la Delincuencia en Andalucía (ODA, 2009), se estima que en España “la categoría delictiva que tiene una menor tasa de denuncia es la de agresión sexual (30%)”, por lo que estas cifras podrían ser aún mayores.

Además de la pronta edad que se refleja en las estadísticas, es necesario mentar que, según un informe del Ministerio del Interior (MI, 2017), la mayoría de delitos sexuales que tienen lugar en España, se cometen por varones, alcanzando la cifra de 98% en el año 2017. En cuanto al sexo de la víctima, suelen ser las mujeres las más violentadas (Ortega, Ortega y Sánchez, 2008). ¿Se están fomentando ciertos patrones relacionales?

La violencia sexual es un concepto amplio debido a que abarca distintas manifestaciones como insultos, gestos, miradas, comentarios o mensajes obscenos, tocamientos, rozamientos, forcejeos, etc (O’Danohue, Downs y Yeater, 1998). Además, el Código Penal español vigente contempla, según la Ley Orgánica 10/1995 del 23 de noviembre, las categorías de agresión sexual, abuso sexual, acoso sexual, exhibicionismo y provocación sexual y delitos relativos a prostitución y explotación sexual y corrupción de menores. Si nos fijamos en la heterogeneidad del concepto, puede ser esperable que aquellos varones que cometen delitos sexuales presenten características diferentes. Sin embargo, existen nexos comunes entre estos individuos.

Según Redondo y Martínez (2013), la motivación principal para la comisión de un delito de índole sexual es el deseo de poder o control sobre el otro. Asimismo, otros factores que riesgo que pueden estar implicados, en términos generales, son los problemas comunicativos, el aislamiento social, las distorsiones cognitivas y la falta de empatía y de habilidades sociales (Redondo, Pérez y Martínez, 2007). Diversos estudios reflejan que aquellos adultos agresores sexuales comenzaron a manifestar conductas sexuales violentas en la etapa adolescente, por lo que una intervención a estas edades sería imprescindible para poder aminorar o paliar las futuras consecuencias (Briet y Suriá, 2010).

Teniendo en cuenta que las primeras etapas vitales son trascendentales para el futuro desarrollo de la persona (Hidalgo, Sánchez y Lorence, 2008), se intuye que la escuela puede ser una potente aliada para la prevención de la comisión de delito sexual a edades tempranas y la identificación e intervención con menores y jóvenes que comenten conductas sexuales violentas. Asimismo, es importante que se favorezca la implicación familiar o de los tutores legales porque mejora el ritmo de evolución de los jóvenes agresores (Arranz, et al., 2012).

Una vez que tenemos detectados los factores de riesgo implicados y los agentes que pueden ayudar a reducir el número de jóvenes que cometen delitos sexuales, solo quedaría llevarlo a la práctica. ¿Qué se podría hacer desde la escuela? Los docentes son figuras de referencia para los menores y jóvenes y, por tanto, podrían servir de ejemplo para estos. El comportamiento de las profesoras y profesores podría romper con esos patrones relacionales de los que se ha hablado con anterioridad, educando en la igualdad de género. De forma transversal al currículo, se podrían incluir actividades para el óptimo desarrollo personal del menor que promoviesen la comunicación asertiva, la empatía, la escucha activa, la expresión de las emociones, el análisis de diversas soluciones ante un problema, etc. Por otro lado, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2018) hace referencia a que “demasiados jóvenes reciben información confusa y contradictoria sobre las relaciones y el sexo a medida que hacen la transición de la niñez a la edad adulta”, por lo que, educar en la sexualidad sana, sería otro de los objetivos perseguidos. Es importante que el menor conozca en qué consiste una relación sexual, qué implica a nivel afectivo, fisiológico, biológico... y desmitificar ciertos aspectos de la conducta sexual. 

Con todo lo expuesto, lo que se pretende es concienciar a los equipos educativos actuales, y al alumnado universitario que se está formando para serlo en un futuro, sobre la importancia de erradicar este problema. Es necesario mantener una actitud crítica y reivindicativa ante la comisión de delitos sexuales, pero también es esencial actuar en la medida de nuestras posibilidades. Está en nuestras manos trabajar todas estas cuestiones para contribuir a una mejora de la sociedad en la que vivimos.

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