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Problemas de agresividad en niños y niñas

Paula Vivas Cano

Publicado el 22/11/2019 13:11

La infancia es una etapa de la vida que pasa entre el nacimiento y la adolescencia. Esta etapa es muy importante y decisiva a la hora de desarrollarnos como personas a todos los niveles, ya que en ella construimos las relaciones con otras personas, creando vínculos y afectos.

Dentro de la infancia nos podemos encontrar adversidades que complican nuestra manera de educar a los más pequeños, como por ejemplo la agresividad. En ocasiones los niños manifiestan conductas como enfados, pegar, morder, insultar, dar patadas... que son señales que avisan de que, interiormente, se encuentran frente a un malestar a nivel emocional, ya sea a algún cambio en el núcleo familiar, una reacción ante un estímulo que no les gusta u otros motivos. Es importante destacar que no existen niños o niñas violentas sino conductas agresivas. Esta forma de actuar de un modo agresivo, junto a la desobediencia y la rebeldía, es una de las principales dificultades que nos hacen tropezar tanto a los docentes como a las familias en la educación infantil, y la mayoría de las veces nos gustaría saber cómo incidir o tratar esta conducta agresiva para poder cambiarla.

Cuando hablamos de comportamientos agresivos, nos referimos a la acción de hacer daño a otra persona, tanto físico como psíquico. La agresividad, en superabundancia, es un trastorno que, si no se trata en la infancia, probablemente provocará problemas en el futuro del niño o la niña y se reflejará en forma de fracaso escolar, y dificultades de adaptación y falta de capacidad de socialización en la adolescencia y edad adulta. Este comportamiento agresivo complicará las relaciones sociales que el niño o la niña va entablando a lo largo de su desarrollo y se complica, por tanto, su integración en cualquier contexto.

Está claro que el niño o la niña, a través de la ira, exterioriza una serie de emociones que no controla. Por esta razón, los educadores y las familias tenemos que enseñar a los más pequeños a expresar sus emociones negativas de la manera más adecuada. Además, debemos mantener una postura empática y comprensiva hacia este tipo de emociones, comprenderles y darles un patrón de conducta correcto que ayude en cada momento. Así pues, para conseguir que, en un futuro, estén más preparados y sean más inteligentes emocionalmente, una buena intervención sería trabajar esta conducta agresiva a través de gestos como:
•    Permitir la expresión de emociones negativas como la frustración, la rabia, la tristeza... de los niños y ofrecerles ese espacio. A veces, sin darnos cuenta, desestimamos sus emociones y tratamos de negar o impedir las que son negativas.
•    De esta forma comprenderemos su malestar emocional y seremos más capaces de escoltarles en su proceso, guiarles dándoles apoyo y así, permitirles expresarse y canalizar este tipo de emociones.
•    Mostrarles una alternativa al comportamiento agresivo a través de explicaciones fáciles y sencillas. Si pegan o hacen daño, decirles “eso no me gusta, me duele y me hace daño”, y enseñarles a que cuando sientan enfado o tristeza digan “estoy muy enfadado” o “estoy triste”.
•    Así también le enseñaremos a verbalizar sus emociones y a ponerle palabras a lo que sienten. Es importante construir espacios de diálogo en el que el niño pueda contar lo que le pasa. Un ejemplo sería contarles cuentos en los que el o la protagonista hable de sus emociones.
•    Otro factor importante son los modelos a seguir. Los niños y niñas siguen el ejemplo de los más mayores, por lo que es importante que no vean comportamientos agresivos a su alrededor. Estos pequeños aprenden, principalmente, observando e imitando.
•    Responder con conductas agresivas a sus comportamientos conlleva a darles un ejemplo inadecuado y, por tanto, permiso para actuar de la misma manera.
•    Es esencial que, en esta sociedad de la información y las nuevas tecnologías, evitemos que el niño o la niña vea contenidos agresivos y estén expuestos a este tipo de conductas.
•    Distraer es también una buena estrategia para evitar comportamientos agresivos, es decir, tratar de distraer su atención a otro estímulo para que la conducta se interrumpa.
•    Acompañar y comprender es más eficaz que castigar y reprender, siempre con la breve explicación y el trabajo de expresar verbalmente las emociones.
•    Por último, es esencial reflexionar y preguntarse qué necesidad emocional está provocando el malestar en el niño o la niña para poder darle respuesta una vez detectada.

Haciendo uso de todas estas técnicas podremos comprobar que hay muchas formas de guiar a nuestros más pequeños por un camino más fácil sin necesidad de recurrir a métodos tradicionales que no funcionan. Solo hacen falta las herramientas necesarias para ayudarlos a desarrollarse personal y emocionalmente.
 

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