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Educo-vid (19)

María Teresa Porto Benítez

Publicado el 24/03/2020 04:03

A fecha de 21 de marzo de 2020, en pleno Estado de Alarma bajo precedentes jamás vistos en democracia, y con aproximadamente 25.000 casos de contagiados por el dichoso virus, se ha cifrado en más de 31.000 el número de personas que han sido multadas (arrestadas algunas de ellas) por no cumplir las directrices que todos debemos acatar no solo por nuestro bien, sino por el bien común.

Esta información y muchos ratos asomada a mi terraza en los últimos días, me han llevado a pensar con una certeza casi absoluta que algo está fallando en los valores que transmitimos.

Sé que las críticas hacia el sistema educativo español son miles, independientemente del color que tenga su normativa reguladora, pero no escribo este artículo para eso.

Sin embargo, sí me gustaría centrarme en un aspecto concreto que va mucho más allá de lo meramente institucional; las metodologías.

Yo fui “alumna mixta”; mitad Ley General de Educación y mitad LOGSE. Los recuerdos que tengo de toda mi educación dentro del sistema formal son los de una pura competición: quién saca la nota más alta, quién se lleva mejor con “la seño”, quién corre más rápido, o quién habla mejor inglés. Y lo de trabajar en grupo… Eso no dejaba de ser una competición doble: por un lado con tus compañeros de grupo, y por otro contra el resto de la clase.

Por ende, por muchas lecturas, e historias oídas, me consta que la educación de mi generación anterior no difirió mucho de la de mis recuerdos.

“Por mis compañeros, y por mí primero”, rezaba el famoso juego del escondite.

Sí, teníamos una “gran educación en valores”, o eso decían, pero lo que primaba de forma oculta y subjetiva era el “sálvese quien pueda”, que es exactamente lo que está ocurriendo ahora.

Lo que veo es que, por desgracia, ahora mismo hay más personas egoístas en nuestro país, que contagiadas. Y sinceramente, eso sí que me da miedo.

Pero bueno, ¿qué quiere decirnos con todo esto? -se preguntarán.

Que la educación y lo que inculquemos desde las aulas, va a ser el fiel reflejo de nuestra sociedad en años venideros, y a día de hoy por suerte, son muchos los docentes que conscientes de ello están implementando otro tipo de metodologías cuyo fundamento epistemológico no es competitivo.

Con esto hago referencia a acciones metodológicas como el aprendizaje colaborativo, que en sus múltiples formas  enseña desde bien pequeños que el individualismo no sirve, que el trabajo en compañía es más llevadero y más eficaz, que todos aprendemos de todos, y que si uno se cae, el resto no sigue.

Esa es la verdadera forma de enseñar, aprender, y mostrar valores realmente útiles para los futuros miembros activos de una sociedad.

Llegados a este punto hay que hacer varias consideraciones sobre el trabajo colaborativo, que no cooperativo.

Si hablamos del segundo, fácilmente podemos retroceder algunos párrafos y guiarnos por mi propia definición de trabajo en grupo. Es decir, la función del docente sigue siendo muy activa en cuanto a delimitación de finalidades y objetivos, proposición de temas y proyectos, asignación de roles de los participantes, e incluso la creación de los grupos, y la descripción de tareas y actividades.

Aquí si uno falla no ocurre nada, porque el resto va a tener una evaluación individualizada por parte del docente. Cada uno ha hecho su parte del trabajo, y “allá cada uno” con sus circunstancias.

Sin embargo, con el aprendizaje colaborativo estamos enseñando a los discentes a ser autónomos, a que nosotros únicamente podemos servirles como guías o esclarecedores de ciertas cuestiones que se les puedan escapar.

Por lo demás, los estudiantes van a defenderse solos; organizarán las tareas de la forma que consideren más adecuada, y si existe algún problema durante su desarrollo, todos acudirán a deshacer el embrollo como si fueran uno solo. Es más, su nivel de consciencia sobre el proyecto será tal, que ellos mismos deben auto-evaluarse individualmente y como grupo.

En otras palabras, se les está enseñando, o más bien, se está procurando que aprendan que el bien común es un bien para sí mismos.

Por norma general, para su puesta en marcha necesitaríamos una buena reorganización del aula y de nuestro planteamiento didáctico, sin embargo, en muchas ocasiones ocurre que en la práctica educativa real estas pequeñas acciones se tornan complicadas de llevar a cabo.

Otra buena opción es la de introducir las TIC’s en las aulas (de una vez por todas), pero de manera coordinada y globalizada respecto al centro educativo y la Administración.

Esta opción nos despliega un gran abanico de opciones de trabajo, que de la manera tradicional no tendríamos.

Habitualmente, con las TIC’s la imaginación está al poder del docente, pero si queremos rememorar algunos de los recursos más efectivos para actuar según metodologías colaborativas, tan sólo hay que nombrar las WebQuest, las EduWikis, los proyectos de innovación educativa, los blogs y foros, las Búsquedas del Tesoro, las plataformas e-Learning o, si “tiramos la casa por la ventana”, la elaboración de una programación curricular propia, creando nuestros materiales multimedia e interactivos en función de los intereses del alumnado, trabajando por proyectos que despierten su ilusión por aprender, y por supuesto, que realmente fomenten la adquisición de competencias básicas mediante la acomodación de conocimientos que sean aplicables a su realidad.

Todo esto, además de favorecer el pensamiento social, nos evitará dos serios problemas que vienen a colación del hilo conductor del artículo.

El primero es que cuando surja una situación como la que estamos viviendo, los docentes y las Administraciones tenemos que ser capaces de ponernos de acuerdo en cómo seguir orientando al alumnado en la distancia y utilizando las TIC’s.

No tiene sentido por parte de las Administraciones que vuelquen en tan solo dos días todos los medios que antes no han invertido para ayudar a la implementación de las nuevas tecnologías en el aula.

Por supuesto, tiene mucho menos sentido aún, que “obliguen” a los docentes que han procurado una renovación metodológica en sus aulas y centros, muchos con medios propios, a cambiar todo su planteamiento pedagógico.

La segunda complicación a evitar surge del resto de la comunidad educativa, y de forma más concreta me refiero a las familias. Por un lado, porque ellas son el otro motivo de que muchos jóvenes se encuentren dentro de esos 31.000 multados durante el Estado de Alarma, y que el resto hasta alcanzar esa cifra, sean a veces sus progenitores.

Y con esto hago un inciso para matizar que el aprendizaje por observación es una gran fuente de enseñanza; la principal durante los años en que la familia es el primer agente social para los menores, pero por desgracia no es la mejor en todas las ocasiones.

Por otro lado, y siguiendo en lo concerniente a las familias, porque nosotros desde el aula también podemos trabajar indirectamente con ellos; el aprendizaje por observación puede ser “inverso”. Esa es una de las grandes ventajas de las TIC’s; puedes llegar a todo el público que te propongas, y más aun si empleas las redes sociales como altavoz de tu aula.

Además, cabe considerar que muchas de las actividades citadas con anterioridad pueden implicar de varias maneras a las familias, ampliando también su sentimiento de pertenencia a la comunidad y cambiando, en caso de que sea necesario, la visión individualista característica de la sociedad actual.

En definitiva, e independientemente de si lees esto como papá, mamá, educador o educadora, está claro que todos somos responsables de lo que está ocurriendo. Lo que vemos cada día, no es más ni menos que el producto de nuestras acciones anteriores; de la metodología (educativa, familiar o social) que hemos empleado con nuestros relevos generacionales.

Solo cuando llega lo peor somos capaces de parar, coger aire y pensar en qué está ocurriendo y por qué, y ésta es una de mis reflexiones, o al menos la que más de cerca me toca.

Quizás éste no sea un artículo políticamente correcto, pero sí cumple con mi objetivo, que es hacer reflexionar sobre esa vaga idea que siempre se tiene en cuenta, pero sobre la que nunca se actúa correctamente; que nuestra educación influye directamente sobre la sociedad en que vivimos, pero por desgracia está concebida con descuidos y sin perspectiva social. Por eso tengo la esperanza de que a partir de ahora, de la misma forma que ya somos más conscientes de la gran importancia de nuestros sanitarios (igualmente son fruto del sistema educativo, no lo olvidemos), también vamos a serlo del gran papel que juegan los docentes en la sociedad que estamos generando, y por supuesto, de que ellos sin el apoyo incondicional de las Administraciones y el resto de la comunidad educativa no pueden tirar solos de todo el carro.

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