El Ministerio de Educación ha denegado un total de 40.000 becas más que el curso anterior. A su vez, hemos sabido también que este pasado año se ha registrado un total de 21.000 universitarios menos frente a los 42.000 alumnos nuevos que se esperaba. Cifras sin duda, que asustan.

Pese a que las peticiones para las universidades se hayan incrementado en 30.000 solicitudes, el resultado total de las universidades ha sido de 10.000 pérdidas de alumnado. Algunas de las causas de estas cifras es el endurecimiento de los requisitos para las becas, lo cuales dejan en la cuerda floja a las familias más humildes.

El descenso de alumnos se ha dejado ver en todas las ramas salvo en Ciencias de la Salud donde se ha visto incrementado. Las altas tasas universitarias y el endurecimiento de las becas han ocasionado que un gran número de estudiantes universitarios hayan tenido que dejar de estudiar.

En los másteres universitarios ocurre exactamente lo mismo que en los grados, o incluso peor. El precio de las matrículas de cualquier máster se ha visto multiplicado en estos últimos años, al igual que se ha visto multiplicado también los requisitos para la obtención de una beca en ese nivel educativo.

Estas escandalosas cifras están acabando con lo que debe ser una educación pública y universal. Y con educación pública y universal no me refiero a que todos los niños y niñas aprendan en primaria a leer, sumar y restar, sino que a nadie se le pueda imponer no estudiar lo que realmente  desee y menos por razones económicas  o por un 7 en el expediente en vez de un 5, ya que, aunque parezca que a algún que otro ministro se le olvida, las becas no son evaluadoras de nuestra formación, sino una ayuda para poder terminar con los estudios.

Que 10.000 alumnos se vayan de las universidades o que las facultades tengan que salir al rescate de numerosos alumnos es no ser conscientes de las consecuencias de las medidas que se están tomando, pero más inconsciente es negar a una persona el derecho de estudiar.