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Solidaridad ahora. Después análisis

RAFAEL BAILÓN RUIZ

Publicado el 25/03/2020 18:03

Solidaridad es ese sentimiento que debiera llevarnos a la ayuda o el apoyo desinteresado. Es la actitud que conduce a una meta sin recibir nada a cambio.

Sin duda alguna, ser solidario implica desterrar viejos y falsos prejuicios, condenar al olvido conductas poco o nada adecuadas. En tiempos difíciles (lo son los actuales), uno ha de estrechar vínculos o lazos sociales, extender sus brazos (por muchos kilómetros que nos separen).

A mi juicio, estamos ante el valor más humano, pero escaso en el mundo. Cierto es que la maldita pandemia que ahora asola el mundo (el llamado COVID 19 o Coronavirus) ha sacado la parte más humana de todos y todas nosotros/as.

Podemos plantear una cuestión (esencial para comprender la realidad en la nos hallamos inmersos): ¿el ser humano es bueno o malo por naturaleza?

A lo largo de la historia, nombres de la talla de Hobbes, Rousseau o Sartre trataron este dilema. En Leviathan, Hobbes abordó la creación de una ciencia objetiva de la moralidad.

Rousseau era más de la opinión o tesis del buen salvaje (a su juicio es la sociedad la que pervierte al hombre).

  Por último, refiriéndonos a otro nombre de los anteriormente referidos, Sartre consideraba las elecciones o acciones de la persona las verdaderas causas de la bondad o maldad de la persona.

A mi modo de ver, uno no nace bueno o malo (sí es cierto que son varios los factores que nos llevan a elegir acertados o errados caminos).

Por tanto, quizás me muevo más en línea de Sartre. Pero, no puedo obviar elementos o aspectos que con frecuencia pasamos por alto.

Durante mucho tiempo, todos y todas hemos vivido en una situación de confort (no me refiero tanto a lujos o cuestiones materiales). Somos y hemos sido devoradores de los mass media o medios de comunicación de masas (principalmente la “telebasura”), incapaces de rebatir o contrastar cualquier tipo de noticia que nos llega (manipulables por los poderes fácticos), impasibles ante los desastres que ocurren fuera de nuestras fronteras (“mientras no nos ocurra a nosotros, yo bastante tengo”), adocenados y encarrilados al embrutecimiento que al gobernante de turno le interesa (cuanto más ignorante, más fácil es de captar el voto).

La realidad es incontestable. A un futbolista le llueve el dinero (gana sumas de dinero que no son éticas), mientras que un científico brillante tiene que preparar sus maletas y dejar su querido país.

Pero, no queda aquí la cosa. Lo mismo ocurre con los reyes y reinas del cotilleo (sin escrúpulos venden sus intimidades o destapan las de otros).

Hemos sido un país de pandereta,  de escasa preparación en nuestros dirigentes, con influencers y youtubers  que ganan cantidades astronómicas por enseñarnos a rizar el pelo o ponerse extensiones, con seres aborregados que van a celebrar victorias en eventos deportivos (quedándose en casa cuando tocaba manifestarse por recortes salariales, sanitarios o educativos).

Sí, señores, seguimos siendo esa España de sacristía, de alma pura de cara a la galería y acciones distintas en el ámbito privado. Decimos ser europeos, si bien la frase de Machado sigue estando hoy muy presente.

“Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo”- dijo en cierta ocasión el porta sevillano-.  

Necesitamos científicos. Si algo positivo se puede sacar de esta maldita pandemia es que hemos de cambiar nuestra concepción.

Quiero que los talentos emigrados vuelvan a su añorada patria. No necesito escuchar a contertulios de nula formación y mala condición humana (hienas o aves carroñeras dispuestas a despedazar a sus piezas).

Rechazo el “pan y circo” y aplaudo a quienes anticipan catástrofes naturales (esperando que les hagamos caso, a tenor del saber atesorado por todos ellos).

Pero, no todo debe ser malo. Ahora, toca arrimar el hombro (no arrojar ataques unos a otros). No es momento de ideologías ni de sacar pecho (no se trata de comprobar quién tenía o no razón).

Odio el oportunismo, esa frase manida de “Ya lo sabía” (en boca de quienes deberían ser garantes de nuestra protección o bienestar, de esos que dicen ser servidores públicos).

¿Qué sacamos en positivo?

Cada día surgen manifestaciones espontáneas desde casa, actuaciones que se antojan imprescindibles, cartas de apoyo a los sanitarios o aplausos bien merecidos desde los balcones, palabras de aliento a quienes saturan los hospitales o a los familiares que perdieron a seres queridos.

No malgastaré ni una sola línea a darle el protagonismo que no merecen los estafadores o insensatos (unos y otros no merecen ni un vocablo). Al carente de ética o exento de masa cerebral (el que engaña o se va a la playa en tiempos de confinamiento), únicamente le diré algo: “Vamos a conseguirlo con o sin tu ayuda”.

Sigamos con nuestras medidas de higiene, manteniendo la distancia física (no la humana),  evitando tocar lo no imprescindible), saliendo cada día a terrazas, patios o lugares que formen parte de nuestras viviendas, para seguir con el tributo a los héroes frente a esta lacra.

Somos espartanos en esta lucha sin cuartel, soldados que libran la batalla desde casa (aunque parezca increíble, la mejor arma). Vamos a pasar unas nuevas Termópilas (siglos más tarde), pero en esta guerra entre espartanos y persas (David vs Goliat), el vencedor será el bando recluido (aquel que mostró su fortaleza y sacó pecho, terminará en la lona).

Amigos y amigas, quienes lean estas líneas, terminaré haciendo una petición. Lo haré como educador y persona que cree en cambios sustanciales en pro de una mejor sociedad.

Inculquemos lecciones de moral a nuestros hijos, vecinos, amigos, familiares y seres queridos.

Sea cual sea nuestra condición sexual, raza, profesión o nivel socioeconómico, aquí no caben las diferencias.

Cuando termine todo esto, debemos estar más unidos, contagiándonos del mejor de los virus: la solidaridad. 

¡Ya habrá tiempo de hacer análisis!

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