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Tu hijo es único y especial, como todos los demás

Miguel Ángel García Guerrero

Publicado el 10/04/2019 13:04

Nada, absolutamente nada hay en nuestra vida que se compare a la alegría e inmensidad de recibir a un hijo en nuestras vidas, e igualmente, no hay ninguna responsabilidad cuyo peso se le pueda comparar.

 

Dicho esto, no debemos dejar que los árboles nos impidan ver el bosque, intentar “innovar a lo loco” en nuestra paternidad e intentar inventar la rueda en una tarea tan establecida en nuestra especie.

 

Cierto es que esto de la descendencia es un asunto que viene sin manual de instrucciones, que incluso los que tenemos formación pedagógica, a veces nos vemos sobrepasados por la realidad de la crianza y que cualquier información o ayuda que como padres podamos obtener, nos va a parecer poca.

 

Como padre, soy el primero que quiere lo mejor para sus hijos, mejorar la tarea que mis padres realizaron conmigo y que busca el orgullo de verse superado por sus hijos en un futuro. Pero antes de abandonar mis decisiones al viento de manuales pedagógicos y modas new age (abundantes además en la actualidad), lo que no debemos abandonar es el sentido común y pensar si realmente las medidas que adoptamos tienen el resultado esperado con nuestro hijo o incluso, si lo tendrían con cualquier niño en el mundo.

 

No es pequeña la cantidad de riesgos y dificultades a los que todos en este mundo nos debemos enfrentar. Y es este hecho el que más dispara la ansiedad y estado de alerta de cualquier papá o mamá. Por supuesto que es lícito el anteponerse y protegerles de las dificultades y problemas innecesarios y que además pueden devenir en sinsabores, rechazos o peligros reales.

 

Pero es en esta catalogación, donde está el quid de la cuestión, qué es un peligro real y qué no. Qué dificultades son innecesarias y cuáles no, adivinar si un momento negativo, de fracaso o frustración es positivo para ellos o no…

 

Es en esta anticipación de los problemas y la valoración de la situación y del niño por nuestra parte, la que determina el marco y entorno del progreso del niño. Al aislarlos en exceso de los contratiempos, no les dejamos crecer y evolucionar; y si no somos capaces de hacerlo entramos en un modelo sobreprotector, que lejos de protegerlos, acaba mermando su desarrollo y evolución. En este punto, me gustaría recordar la frase de María Montessori:

 

“cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo”.

 

En este sentido y de manera inadvertida la mayoría de las veces, generamos ambientes sobreprotectores, que lejos de ayudar, lastran todo el proceso. Podríamos catalogarlos en tres categorías fundamentales:

 

  1. Frenando su desarrollo

 

Si un niño no está listo para hacer algo, lo más normal es que evite intentarlo. Si tiene el impulso de intentarlo, seguramente es porque ha llegado su momento. No por eso el éxito está garantizado, el ensayo y error va a estar presente durante mucho tiempo (0 a 99 años aproximadamente…), aquí nuestro trabajo es medir y asumir las posibles consecuencias negativas de estos ensayos. No es lo mismo arriesgarse con la primera sopa, que con subir y bajar escaleras en solitario, por ejemplo.

 

  1. Haciendo cosas por ellos que ya saben hacer:

 

Hay momentos en su evolución en que por seguridad, necesidad de contacto o por simple cercanía emocional, nos pueden pedir que les ayudemos o hagamos por ellos tareas que saben hacer perfectamente. Ocasionalmente esto es positivo por ambas partes, pues mantiene una cercanía y confianza fundamental, pero esto no puede ser una constante, ya que el que nada hace, nada aprende… el responsabilizarse gradualmente de sus tareas y espacios, es insalvable para afianzar su posición y mantener su ritmo de desarrollo.

 

Resolverles las dificultades sin que ellos desarrollen sus estrategias o experimenten las consecuencias, es una vía estupenda para impedirles desarrollar su responsabilidad y seguridad en sí mismos, anticipación de resultados…

Hay una lectura, además, muy fea para el desarrollo de su autoestima: Yo no sé hacer las cosas. Papá o mamá lo hacen mejor que yo. Yo soy muy torpe o muy lento, no quiero hacerlo, pues no me quiero equivocar…; cuando en realidad, forma parte de su desarrollo natural que se equivoquen, que tropiecen o que se manchen

 

3. Evitándoles cualquier frustración:

 

Es perfectamente natural querer evitar que nuestros hijos pasen algún mal rato, esto es innegable. Pero debemos ser conscientes de que este objetivo es inalcanzable y que el mundo real no funciona así.

 

El sufrimiento, el desánimo el fracaso, la decepción o la tristeza forma parte de la vida y tendrán que experimentarlos antes o después, así que es mucho más acertado y útil que les enseñemos a gestionarlo y sobreponerse. La resilencia no se consigue desde la comodidad o la satisfacción.

 

Hoy podemos compensar una situación desagradable con algún gesto que le devuelva la alegría o el ánimo perdido por alguna situación, algún berrinche, algún conflicto con los amiguitos o por la pérdida de un juguete… Pero el día de mañana sufrirá desengaños amorosos, problemas laborales, complejidades económicas y en muchos casos, no podremos dar solución a sus problemas, tendrán que tener la capacidad de apañárselas por su cuenta.

Si queremos que nuestros hijos sean adultos resilentes y competentes, deberemos acompañarles, respetando sus espacios y ritmos, para promover y fortalecer la gestión de la frustración. Descentralizar el foco de atención en los obstáculos y centrarlos en el remedio es una buena estrategia, ayudando a crear caminos de reflexión y búsqueda de posibles soluciones; si podríamos haber evitado el problema y cómo, o si éste era insalvable... pero fundamentalmente en el bueno, ¿y ahora qué?

 

El hacernos partícipes de la búsqueda de alternativas (sin convertirnos en los solucionadores), favorece la confianza, la cercanía y la empatía, ya que al analizar una situación, se abandona el yoísmo egocéntrico natural del pequeño, para ver qué elementos exteriores han tenido relación con el problema o pueden tenerlo con la posible solución… de esta manera, transmitimos confianza en ellos, les damos tiempo para que hagan las cosas por sí mismos, para que el día de mañana puedan hacerse cargo de sus cosas de manera efectiva.

 

Miguel Ángel García Guerrero.

 

Pedagogo, maestro y papá.

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