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EL FACTOR EMOCIONAL, ESE GRAN OLVIDADO EN LA ERA DIGITAL

Pilar Martínez Casado

Publicado el 28/11/2017 11:11

Desde que iniciamos nuestras carreras universitarias o grados los docentes somos adoctrinados sobre la importancia del uso de las Nuevas Tecnologías (popularmente conocidas como Tics, que suena mucho más Cosmopolitan), de la necesidad de estar a la última y del empleo de materiales innovadores en general. La mayoría de nosotros utiliza algún elemento digital en sus aulas para mantener viva la atención de nuestros alumnos, con la intención de hacer nuestras sesiones más amenas y dinámicas.

 Como no podría ser de otra manera, yo, como docente que ejerce en la actualidad, hace ya años que me embarqué también en esta nueva era  de pixeles, videos y aplicaciones. Lo cual ha sido debido principalmente a los enormes beneficios pedagógicos y educativos que nos aportan, y más aún siendo una infinidad de ellos accesibles y gratuitos, bienes limitadísimos en el momento austero y lleno de recortes económicos y humanos en el que vivimos. Sin embargo, cada vez que me siento delante de mi ordenador o de mi libreta de programaciones intento mantener presente otras cuestiones que considero igual de importantes a la hora de poner en práctica mi labor educativa, y que quizás han quedado algo ensombrecidos con la obsesión de incluir tecnología a toda costa en nuestros planes de trabajo. En mis pensamientos siempre están presentes los siguientes criterios de actuación: 

 

  • El aprendizaje que pretendo alcanzar, con el fin de que el juego o actividad digital no se quede en el simple entretenimiento, sino que sea un medio para lograr un fin. 
  • El factor sorpresa, procurando que el aprendizaje se les presente como la gran aventura que en realidad es, intentando mantener viva la llama de su curiosidad. 
  • El atractivo y sentido que pueda tener para mis alumnos, esforzándome para que pertenezca a sus intereses y motivaciones personales más cercanas, su entorno próximo.
  • La adecuación a la edad, estado madurativo y nivel académico, realizando tanteos y ofreciendo alternativas o modificaciones cuando es necesario, incluso durante las sesiones.
  • La viabilidad dentro del aula, considerando los materiales, el tiempo y la distribución disponibles. Debemos ser realistas ante todo a pesar de nuestro espíritu emprendedor y soñador.
  • Que despierten del letargo en el que la mayoría entran a lo largo de las sesiones, tratando que todos los días se diviertan y salgan de clase con un buen sabor de boca y una sonrisa. 
  • Intento ser partícipe y cómplice de sus juegos y emociones, disfrutando tanto de la elaboración como de la ejecución de los mismos. La exaltación y el entusiasmo se contagian inconscientemente y de forma natural, por lo que si nosotros nos deleitamos con la actividad, mucho más lo harán ellos. 

Todos estos pilares básicos parecen extraídos de los libros más vanguardistas de pedagogía o de los temarios que nos encontramos para las oposiciones actualmente, pero sin lugar a dudas son pilares básicos y muy reales que todos deberíamos tener en cuenta a la hora de poner en práctica la tecnología en nuestras aulas o cualquier otro elemento educativo. La cuestión es que en ocasiones nos centramos tanto en introducir algún componente digital en clase que parece que es lo único a considerar en nuestro día a día en el aula, dejándonos embelesar por ellas y los materiales innovadores. Desde mi humilde punto de pista, estimo que gracias a ellas hemos alcanzado grandes beneficios en nuestro Sistema Educativo, pero por otro lado el abandono de éstas y otras cuestiones igual de significativas se ha hecho cada vez más presente.   Concretamente me vengo a referir al factor emocional y la motivación, cuya influencia es tan trascendental que parece                inverosímil que no sea la primera enseñanza que se nos transmita como futuros docentes. 

A lo largo de mi carrera como profesional de la educación he podido vivir en mis propias aulas como alumnos desatendidos emocionalmente se quedaban estancados académicamente, generando incluso verdadera repulsión por aprender, sin importar lo tecnológicas que fueran las clases. De manera realmente sorprendente, estos mismos alumnos que partían el curso etiquetados como los rezagados, perezosos o con dificultades de aprendizaje, han cambiado radicalmente tanto su actitud como su implicación dentro del grupo, pasando a ser alumnos plenamente participativos e incluso aventajados respecto a la media. Todo ello no por arte de magia o por autoproclamarme una profesora especialmente habilidosa, sino por el simple hecho de escucharles, incrementar su autoestima y potenciar constantemente sus logros en lugar de señalar sus fracasos. 

No me considero digna de dar recomendaciones o de impartir sabiduría sobre educación, simplemente he estimado sustancial transmitir mi experiencia y mis observaciones debido a los magníficos resultados obtenidos con unas pequeñas modificaciones. Es por ello que para finalizar mi artículo desearía resaltar algunas de ellas para compartir con otros compañeros lo que para mí ha sido de gran ayuda, devolviendo de algún modo todo aquello que he recibido de manera gratuita durante todos estos años en la red, puesto que es una de las cosas más maravillosas que ésta nos ofrece, la capacidad de compartir. 

- Es importante no establecer juicios de valor y etiquetas en los primeros días de curso. Todos somos humanos y a veces es difícil no dejarnos llevar por las primeras impresiones, especialmente si éstas poseen connotaciones negativas. Los alumnos llegan a sorprendernos verdaderamente, alcanzado metas que ni sospechábamos en el inicio del año académico. 
- No dar nunca a un estudiante por caso perdido. Si nosotros nos rendimos, él o ella también lo hará. Incluso cuando no alcanzamos los objetivos planeados, habrá merecido la pena el esfuerzo puesto que habremos logrado mejoría en algún aspecto emocional o educativo, nunca habrá sido tiempo malgastado.
- El cariño y la complicidad deben ser nuestro vínculo con los alumnos, mostrándoles que nos importan, que ansiamos su éxito tanto como ellos mismos, y que por eso pretendemos guiarles y acompañarse durante este largo camino. Todo ello sin olvidar nuestra figura como orientadores, no como amigos o colegas. Un buen ambiente y relación con ellos será la base para obtener implicación por su parte.
- Resaltar los pequeños logros o las habilidades de cada uno, procurando transmitir que todos los miembros de la clase son importantes y que, de una forma u otra, todos y cada uno contribuyen en el aprendizaje grupal. 
- Fomentar su autoestima con palabras y frases de ánimo, sin importar lo pequeño que sea el avance. Lo que para nosotros puede parecer algo insignificante ha podido suponer semanas de trabajo para un alumno. Deben sentir que estamos a su lado para apoyarles y que sus éxitos son los nuestros. 
- El respeto ha de hacerse presente de manera multidireccional, abarcando las relaciones entre iguales, y de manera recíproca, la establecida entre docente-alumno. Evidentemente nosotros representamos la autoridad en el aula, pero eso no implica que estemos en el derecho de faltarles al respecto o emplear apelativos despectivos para ejercer el control sobre ellos. Es imprescindible ser un modelo de conducta para que ésta se repita.  

Confío en que mis reflexiones y análisis personales contribuyan de alguna manera a plantearnos y analizar el momento educativo en el que nos encontramos, animando a que no descuidemos y dejemos en la sombra los valores y las emociones de nuestros estudiantes por el exceso de brillo de las pantallas. 

" Yo no enseño a mis alumnos, solo les proporciono las condiciones en las que puedan aprender.”

Albert Einstein.

 

 

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